Esta semana hemos estado leyendo el libro “Un Director de Hotel. Anécdotas y Disquisiciones” de Roberto Baños Villalba. Richerdios.
Un Director de Hotel
Con el autor de este libro, Roberto Baños, me une una estrecha y muy antigua amistad, desde el tiempo, allá por el final de los años 50, en que ambos cursamos estudios en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo, en la primera promoción, en Madrid. Teníamos apenas 17 años; creo que él uno menos que yo. Al terminar, Roberto se dedicó plenamente a la Hostelería en diversos países y ciudades, y yo me decanté, ya en Málaga, por la Economía. Pero eso no cortó nuestra relación, pues, como antiguos alumnos de escuelas de hostelería, seguimos viéndonos asiduamente en las asambleas que cada año se celebraban en diversos lugares de España, y, con la asociación internacional, cada dos en un país extranjero. Además, nos encontramos en comidas y otras celebraciones, y, sobre todo, en los prolongados años en que dirigió magistralmente el Hotel Cuzco de Madrid, cada vez que iba a la capital, y era con bastante frecuencia, me alojaba allí. Y, cuando nuestras ocupaciones lo permitían, comíamos juntos o tomábamos una copa y charlábamos y charlábamos de múltiples cosas. Allí me contó algunas de las anécdotas que ahora veo plasmadas en este libro. Además, su padre, nuestro chef y profesor de cocina en la Escuela, al que él hace referencia en el libro, al jubilarse se trasladó a Torre del Mar, y, dada nuestra amistad, lo visité con frecuencia hasta su fallecimiento. También en esas visitas mantuve relación con otros familiares de Roberto.
Por todo lo ampliamente dicho, está claro que me une al autor una larga y estrecha amistad, la cual, a pesar de todo, creo que me permitirá ser objetivo al hacer la crítica de su libro. Que no es, evidentemente, una obra salida de la pluma de un escritor de profesión, y por ello no es el objeto de esta reseña el referirse al estilo o las calidades literarias del mismo, sino a su contenido y sobre todo a sus mensajes subyacentes, que son evidentes y variados. Entre los sucedidos que cuenta, más o menos humorísticos, y algunas reflexiones finales, hay mucho que destacar y procuraremos hacerlo sin extendernos demasiado. Hay una cosa que quisiera patentizar, porque a lo mejor alguien saca conclusiones equivocadas de que a Roberto le preocupe tanto la pérdida de clientes, pero no lo es por el aspecto crematístico, me consta, sino porque esos clientes, en la mayoría de los casos, no sigan yendo, y el hotel, que es lo que le importa a Roberto, pierda así posiblemente estimación en el concepto de ellos, aunque en algún caso no lo merezcan del todo. En lo que cuenta Roberto, y yo lo sé porque le conozco bien, lo fundamental es su devoción por la tarea que decidió emprender y que ha amado y ama sin duda: la hostelería en general, y, de forma especial, la dirección de establecimientos hoteleros. El Hotel y su prestigio es para él fundamental y está por encima de los posibles beneficios empresariales; y eso lo deja patente en muchas de las anécdotas que cuenta, y que, aparte de la posible diversión que nos puedan aportar, tienen, como ya dije, un mensaje subyacente que no debe pasarse por alto. Y además, me consta que él ha sido defensor combativo de los profesionales del sector; y ello también es palmario en el libro. Es algo en lo que coincidimos, ya que yo mismo, en la otra colaboración en este periódico, en la columna La Sonrisa de Gioconda, he denunciado a veces cosas semejantes a las que él apunta. La hostelería y el turismo no quedaron relegados para mí cuando me dediqué a la economía. Unos años tuve y dirigí una agencia de viajes, asesoré económicamente a empresas turísticas, sobre todo en Alemania, y, en mis clases en la Universidad, di una que llevaba por nombre “Organización Contable y Presupuestaria de los Establecimientos Hoteleros”, en las que hice, con los alumnos en prácticas, muchas visitas a hoteles, que luego, idealmente, organizábamos contablemente. Creo por todo ello estar capacitado para hacer un análisis en profundidad del libro de Roberto y entender lo que subyace en alguna de sus afirmaciones, sobre todo en lo referente a la nueva política empresarial, con las grandes cadenas más preocupadas por el beneficio que por el buen servicio al cliente, y que, favorecidas por políticas neoliberales, han permitido despedir a los mejores profesionales, y por tanto los más caros o por antigüedad o por preparación en escuelas u otros centros, y sustituirlos por otros menos formados y a los que había que enseñar durante años. Y el cliente sufrió, y sigue sufriendo, a consecuencia de esas equivocadas actuaciones, entre las que está, como escribe Roberto, suprimir cargos elementales, tal el de sumiller, conserje, gobernanta… y entregarle tales tareas a los más destacados recepcionistas, maîtres o camareras de pisos, lo que evidentemente, y eso Roberto y yo lo sabemos bien, no es lo mismo, y hace sufrir un deterioro a la calidad del establecimiento y al servicio a los clientes, que así deja de personalizarse para mercantilizarse, en detrimento del prestigio de nuestros hoteles y restaurantes u otros establecimientos turísticos; y por extensión a la oferta turística española, que va perdiendo excelencia, aunque no se reduzca el número de visitantes. Y esa manera de aumentar la productividad a base de disminuir salarios, se lleva a cabo también en los demás sectores económicos, y en muchas empresas de todo tipo, en menoscabo de hacerla acrecentar, como decimos los economistas, acudiendo a la investigación y el desarrollo como sería lo normal, pero lo sería si, en la política económica actual, aquellas no se mantuvieran en los mínimos por la práctica supresión de medios. De varias de estas cosas se ocupa el libro de Roberto, si se lee entre líneas y no solo se para uno en lo divertido de muchas anécdotas, pues además nos cuenta cómo fue el boom turístico y cómo se trató en sus comienzos y en su desarrollo. Un libro, pues, que, aparte de la distracción, nos permite entrar en muchos entresijos de la profesión; y en general del turismo y la hostelería en nuestro país. Mi enhorabuena a Roberto Baños por su aportación.