Stephan Zweig - El Sol Digital
Stephan  Zweig

Stephan Zweig

Ricardo Hernández Diosdado

Stephan Zweig, escritor judío de origen austriaco. Sus libros fueron quemados por los nazis. Pudo huir de su país e ir a Londres, donde no consiguió la nacionalidad británica. Apátrida, estuvo en EEUU y al final se marchó a Brasil.
Quiso suicidarse varias veces, pero su esposa Fredericke, de fuerte carácter, lo impidió. Se divorció de ella y se casó con su secretaria Charlotte, Lotte.
En las afueras de Rio de Janeiro, al fin se suicidó junto a Lotte, de carácter menos firme aún que él.
Las causas no están claras, aunque lo más seguro es que fuera por la pérdida de su nacionalidad y sus amigos y su prestigio como escritor, que era grande en su tierra, y sobre todo por el avance del nazismo, que estaba entonces en su mayor esplendor en la conquista de Europa. Y también por ver cómo la paz había huido de esa Europa y del mundo.

AL SUICIDIO DE STEFAN ZWEIG
(Sonetos parnasianos encadenados)

En su nostalgia no busca compañía,
pero no la desdeña si se ofrece
a seguirle en aquella travesía.
Dudas tiene. Su rostro empalidece

al pensar que en el gesto hay cobardía.
Para el mundo ha escrito las memorias
donde, tras relatar sus alegrías,
ensaya una razón contradictoria

para la aurora de su despedida:
ha dejado de ser el favorito,
llegó el momento de dejar la vida.

¡Cuánto cuesta morir!, piensa contrito.
Tanto como vivir en el olvido,
o ser, en tu país, autor maldito.

Europa sangra. Se acerca su agonía.
Cultura, pensamiento, arte y belleza
yacen inertes, y, en la melancolía,
Stephan diluye al fin la fortaleza.

Su frágil corazón es como lanza,
que, en tierras alejadas de su tierra,
herirá mortalmente la esperanza
de que haya una esperanza tras la guerra.

Peregrino sin patria y sin amigos;
perdidas ilusión, fuerza y coraje quiere huir de la vida sin testigos.

Años lleva intentando ese viaje,
buscando quien cierre los postigos,
cuando se vaya, ausente de bagaje.

Lotte quiere seguirle en su destino.
Se fue la que pudiera disuadirle
de cometer tamaño desatino. No queda nadie ya para pedirle,

como antaño, un poco de cordura
para evitar el gesto numantino.
Frederike ha roto su atadura:
no muele ya más trigo ese molino.

Perdió el juego, la jornada es cumplida.
El veneno dispuesto está a servirle
para alcanzar la dignidad perdida.

Hasta las heces apuró la copa,
en su corazón se extingue ya la vida.
y es que, en su corazón, ha muerto Europa.

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