Acre, 5 de abril de 1292. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho y Sociedad. Abogado - El Sol Digital
Acre, 5 de abril de 1292.  Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho y Sociedad. Abogado

Acre, 5 de abril de 1292. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho y Sociedad. Abogado

Aquella mañana del 5 abril el ejército templario se vio obligado a defender la ciudad, ubicada en la actual Israel, ante un inmenso ejército musulmán. Pero esta batalla no fue de improviso, fue una situación límite que se fue gestando durante años.

En 1273, Guillaume de Beajue fue nombrado Gran Maestre de la Orden de los Templarios. En ese momento, la situación de los cristianos en Tierra Santa era límite desde que perdieron Jerusalén en 1187, al que siguieron otros territorios como Antioquía, Chastel Blanc, Kark o Monfort. Tras estas derrotas, los templarios tuvieron que pactar una tregua muy inestable por Acre, una ciudad a orillas del Mediterráneo donde las principales órdenes religiosas y militares residían.

El Reino de Jerusalén, Regnum Hierosolymitanum, a veces denominado el Reino Latino de Jerusalén o el Reino de Acre, fue un Estado católico latino que se fundó en el Levante mediterráneo en 1099 tras la conquista de Jerusalén en la Primera Cruzada. El reino tuvo una vigencia de doscientos años y ocupó partes de las actuales Israel, Líbano y Jordania.

Las órdenes militares tenían sus cuarteles dentro o cerca de Acre, desde donde decidían en qué batallas debían luchar y en cuáles no. Por ejemplo, cuando los mongoles vinieron desde el Este, los cristianos los vieron como aliados potenciales, pero también mantuvieron una posición de cautelosa neutralidad con las fuerzas musulmanas de los mamelucos egipcios.

En 1260, los comandantes de Acre permitieron a los mamelucos pasar por su territorio sin obstaculizarles el paso, para que lograran una victoria decisiva contra los mongoles en la crucial batalla de Ain Jalut, en Galilea. Después, las fuerzas de los mamelucos comenzaron a atacar las posesiones cristianas, iniciando en 1261 y siendo comandadas por el sultán Baibars.

En 1265, Cesarea y Arsuf cayeron y al año siguiente aconteció la pérdida de todas las ciudades importantes de Galilea. En 1268, Baibars se apoderó de Jaffa y del castillo de Beaufort defendido por la Orden del Temple y puso sitio a Antioquía que conquistaron tras más de 160 años como capital franca.

Para ayudar a reponer estas pérdidas, unas cuantas expediciones cruzadas dejaron Europa para marchar hacia el Este. Ninguna de estas expediciones fue capaz de brindar apoyo alguno a los sitiados estados latinos.

El papa Gregorio X se esforzó en excitar el entusiasmo general para lograr otra gran cruzada, pero lo hizo en vano. El uso por parte de los predecesores del Papa Gregorio X de los permisos y privilegios de la cruzada no hizo más que desacreditar el movimiento.

Para 1276, la situación, tanto interna como externa, se había vuelto tan peligrosa que el rey de Jerusalén, Enrique II, se había retirado para irse a vivir a la isla de Chipre. La desesperada situación del reino cristiano empeoró. En 1278, Latakia cayó. En 1289 Trípoli fue perdida.

El Papa Nicolás IV proclamó una cruzada y negoció términos con el mongol Arghun, Haitón II de Armenia, los jacobitas, los coptos y los gregorianos. El 5 de enero de 1291 el Papa dirigió un discurso a todos los cristianos para salvar la Tierra Santa y los predicadores comenzaron a reunir cristianos que siguieran a Eduardo I en una cruzada. Arghun, se comprometió a realizar una ofensiva en el invierno de 1290, pero murió en marzo poniendo fin a sus esfuerzos en favor de un plan conjunto.

Consecutivo a la caída de Trípoli, el rey Enrique II de Chipre envió a su senescal, Juan de Grailly, hacia Europa para conseguir monarcas europeos que ofrecieran ayuda a la crítica situación en Levante. ​Sólo un pequeño ejército de campesinos y sin entrenamiento militar, provenientes de Toscana y Lombardía, se unieron a la causa. Fueron transportados en veinte galeras venecianas que se unieron a siete galeras del rey Jaime II de Aragón.​

La tregua por diez años firmada por Enrique y Qalawun había restablecido en Acre un poco de confianza. Lo que produjo una reanudación del comercio.

En el verano de 1290 los mercaderes de Damasco empezaron a enviar de nuevo sus caravanas a las ciudades francas de la costa. Aquel año se recogió una buena cosecha en Galilea y los campesinos musulmanes abarrotaron con sus productos los mercados de Acre.

En agosto, en plena prosperidad, llegaron los cruzados italianos. Los recién llegados iban a luchar contra el infiel y, por lo tanto, comenzaron a atacar y matar a los mercaderes, a los campesinos y a los ciudadanos musulmanes de Acre.

A finales de agosto, tras un banquete, los recién venidos degüellan a todo aquel que lleva barba. Tanto cristianos como musulmanes resultan muertos. Lo que comenzó como carnicería terminó en batalla, pues muchos musulmanes se defendieron desde sus azoteas con rudimentarias armas.

Estas muertes le dieron al sultán mameluco, Qalawun, el pretexto que necesitaba para atacar la ciudad. Qalawun pidió que los culpables de la masacre le fueran entregados de manera que él pudiera aplicar justicia. El Concilio de Acre finalmente rehusó entregarlos y argumentaron que la culpa la tuvieron los musulmanes puesto que habían intentado sublevarse.

Dentro de los muros, los Maestres del Temple, el recién nombrado Maestre de la Orden de los caballeros teutónicos, Conrado Feuchtwangen, había traído consigo muchos caballeros de Europa. El rey Enrique II, que había sido coronado en Chipre en 1285 y reconocido como señor del reino de Jerusalén, envió un contingente al mando de su hermano Amalarico. El rey de Francia mantenía tropas en la ciudad y el rey inglés también envió algunos caballeros mandados por Otón de Grandson.

Jalil tenía bajo su mando 60.000 soldados de infantería y unos 20.000 de caballería, que junto a las 72 eficaces catapultas demostraron ser muy superiores a las defensas de la ciudad: 14.000 soldados a pie y 800 caballeros, a éstos se le suman 2.000 hombres que zarparon desde Chipre. Se estima que la población de Acre en la época oscilaba entre los 30.000 o 40.000 habitantes.​

La Ciudad Real de San Juan de Acre estaba situada de espaldas al mar Mediterráneo, rodeada de agua por el sur, por el este y por el oeste, formaba una pequeña península y dominaba la bahía que llevaba su nombre. Tenía una doble fila de murallas y doce torres que habían sido reforzadas hacía poco.

Acre sólo tenía tres puertas terrestres, la de Maupas en el norte dando acceso al Montmusart, la de San Antonio en la parte central junto al castillo y la de San Nicolás en la sección este. El 5 de abril, al amanecer, el ejército musulmán fue divisado por los guardias de la muralla norte. Las numerosas catapultas comenzaron a lanzar rocas sobre los muros de la ciudad, destruyendo casas, templos y calles.

El día 18, las tropas del Sultán abrieron brecha en la Torre Maldita, por donde irrumpieron los mamelucos rechazando a los defensores hasta la muralla interior. Antes de entrar y repitiendo la táctica intimidatoria inicial, Jalil ordenó el asalto acompañado de un importante número de tambores, trompetas y timbales.

Al enterarse de la noticia de que los jefes cristianos huían y la ciudad de Acre estaba irremediablemente perdida, el miedo se contagió a la aterrorizada población que huyó presa de pánico hacia los muelles intentando caóticamente encontrar sitio en los pocos barcos disponibles.

En la noche del 28 de mayo, los zapadores mamelucos que habían procedido a minar los muros de la fortaleza, abrieron, con ayuda de explosivos y combustible, una brecha, permitiendo la entrada de 2.000 mamelucos. Pero al pasar los enemigos por la brecha, el edificio se vino abajo matando a defensores y atacantes sin distinción.

En cuestión de meses, las ciudades restantes en poder de los cruzados cayeron con facilidad, incluyendo Sidón (14 de julio), Jaffa (30 de julio), Beirut (31 de julio), Tortosa (3 de agosto) y Atlit (14 de agosto). Solamente la pequeña isla de Arwad, o Ruad, en las cercanías de Tortosa, pudo ser mantenida hasta 1302.

En total, el asedio de Acre duró solo seis semanas, comenzando el 6 de abril y terminando con la caída de la ciudad el 18 de mayo, aun así, los templarios aguantaron en sus cuarteles hasta el día 28 del mismo mes.

La caída de Acre acabó con una era. Ninguna cruzada efectiva se organizó con el fin de recapturar Tierra Santa tras la caída de Acre.

En 1291, el ideal de la cruzada estaba irremediablemente olvidado. El reino latino continuó existiendo, teóricamente, en la isla de Chipre.

Un último esfuerzo fue realizado por el rey Pedro I de Chipre en 1365, cuando él exitosamente desembarcó en Egipto y saqueó Alejandría. Una vez que la ciudad fue presa del pillaje y del asesinato de musulmanes, los cruzados regresaron lo más rápido posible a Chipre para dividirse el botín.

 

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