¿Se imaginan una Tierra con océanos y mares sin plásticos y aire sin contaminación? Parece una utopía, pero es un objetivo magnífico al que debemos tender en cada acción que realizamos cada día si queremos vivir en un entorno mejor y que las próximas generaciones puedan vivir también mejor en este planeta.
El cambio climático, del que tanto se habla y escribe por su importancia, se refiere a las modificaciones del clima de la Tierra debidas tanto a causas naturales como principalmente a la acción del hombre.
La sobreexplotación agrícola y pesquera, la reducción sistemática de los bosques del planeta que conlleva la perdida de la biodiversidad en la naturaleza y un largo etcétera, son datos que nos indican que venimos provocando cambios en nuestro entorno inaceptables.
La historia climática de la Tierra viene marcada por una serie de intervalos asociados con cambios prolongados a condiciones más cálidas, frías, húmedas o secas. Durante la era común, los últimos 2000 años, las dos épocas climáticas más conocidas son la Pequeña Edad de Hielo y el período cálido medieval.
La primera fue una fase fría que se extendió desde el siglo XVI hasta finales del XIX, mientras que el segundo se refiere a un período cálido y seco ocurrido entre los años 950 y 1250.
En un artículo publicado recientemente en Nature, se demuestra que estas y otras épocas climáticas anteriores de la era común tuvieron un alcance mucho menor que el calentamiento actual inducido por el hombre.
En general no disponemos de medidas termométricas del aire cercano a la superficie de la Tierra anteriores a 1850, y los científicos se basan en indicadores indirectos (las llamadas variables proxy) para ampliar la perspectiva sobre el clima más atrás en el tiempo.
El clima de hoy se distingue por su tórrida sincronía global. A finales del siglo XVI, el frío, las inundaciones, las malas cosechas y la guerra asolaban lo que hoy es Holanda. “Dios nos ha abandonado”, escribió en 1572, en uno de los escasos diarios que relatan aquel desastre, el monje Wouter.
El mundo se encontraba en la Pequeña Edad del Hielo que, había empezado ya 200 años antes y que viviría su momento más intenso entre finales del siglo XVII y principios del siguiente. Aquella crisis climática provocó una transformación social, económica, política y cultural cuyas consecuencias han llegado hasta la actualidad. Lo primero que puede enseñar esa histórica anomalía climática es que la humanidad fue resiliente y se adaptó.
Las temperaturas disminuyeron en toda Europa dos grados, pero en el caso de la Península Ibérica el impacto mayor provino de las frecuentes inundaciones seguidas de largas sequías, es el llamado Mínimo de Maunder, que empezó en la segunda mitad de siglo XVII y que se debió posiblemente a un descenso de la radiación solar.
Los científicos han utilizado los anillos de los árboles para corroborar que, durante siglos, las temperaturas bajaron tanto en el continente europeo como en América del Norte. Pero no hay ninguna prueba que confirme que hubo períodos fríos o cálidos uniformes en todo el mundo en los últimos 2.000 años. Según los investigadores, sus análisis desacreditan la hipótesis de que el clima cambió al mismo tiempo en todo el mundo.
Los autores del estudio creen que la explicación es que los climas regionales en tiempos preindustriales fueron influenciados principalmente por fluctuaciones aleatorias dentro de los propios sistemas climáticos.
Factores externos como las erupciones volcánicas o la actividad solar no fueron lo suficientemente intensos como para causar temperaturas marcadamente cálidas o frías en todo el mundo durante décadas, o incluso siglos.
Las mayores tendencias de calentamiento global en escalas de tiempo de 20 años y más se producen durante la segunda mitad del siglo XX, destacando el carácter inusual del aumento de las temperaturas en todo el mundo en las últimas décadas.
Hace años un grupo de científicos de la Universidad de Oslo consiguieron obtener una radiografía bastante precisa de lo que sucedió en Asia Central en la primera mitad del siglo XIV.
Los investigadores noruegos concluyeron que hace más de setecientos años se produjeron de forma continuada pequeños cambios climáticos en Asia Central, y las precipitaciones primaverales eran superiores a la media y eran seguidas, de forma invariable, de veranos cálidos e inviernos secos y fríos.
Este cambio en el hábitat biológico se desencadenó inicialmente en el desierto de Gobi, desde donde se extendió hacia China, India y Rusia a través de las rutas comerciales. Finalmente, la pulga con la bacteria llegó a Europa hacia el año 1347. Lo hizo a través de la Ruta de la Seda, pasando por Samarcanda, las costas del mar Caspio, los ríos Volga y Don, hasta alcanzar la península de Crimea.
Esta dispersión geográfica fue la última derivada que se concretó en una elevada mortalidad, recordemos que, aproximadamente, un tercio de la población europea falleció a consecuencia de la peste negra.
Los efectos de estas alteraciones, pues, ya se habrían dejado notar antes de la gran epidemia de peste que se llevó por delante a decenas de millones de europeos en torno a 1350. Una población debilitada por el hambre, fruto de las malas cosechas anteriores, ofreció muy poca resistencia a una plaga tan dañina.
Durante los siglos siguientes, los fenómenos climatológicos siguieron empeorando: inviernos más largos, veranos más cortos y frescos, e inundaciones y sequías alternándose. Hubo cerca de 15.000 inundaciones en todo el período de la Pequeña Edad de Hielo.
En Londres, el Támesis se helaba mucho más de lo normal, y en el Mediterráneo, las aguas se congelaban en el puerto de Marsella. Las cosechas no mejoraban y las penalidades se acumulaban.
Pasada la primera etapa de shock, la sociedad occidental reaccionó: nuevos cultivos y nuevos avances científicos causaron cambios sociales y abrieron la puerta a la Ilustración.
En poco más de cien años entre 1570 y finales del siglo XVII la economía europea había cambiado para siempre, el mundo medieval había desaparecido.
El gran cambio social del siglo XVII y XVIII se produce por la existencia de unas sociedades más basadas en la economía de mercado, con clases medias urbanas e instruidas, que necesitan reflejar sus intereses. Sus argumentos fundamentales eran la igualdad y la libertad, que antes se consideraban heréticos e inmorales, y que ahora dieron paso a la Ilustración y, años después, a la Revolución Francesa.
Desde el siglo XIX estamos saliendo del período más frío de los últimos 12.000 años en Europa y, por tanto, parte de las consecuencias que observamos son la respuesta de los ecosistemas a un proceso de calentamiento natural. Este calentamiento global se ha dado en más del 98 por ciento de la superficie de la tierra, según detallan en dos estudios publicados en las revistas Nature y Nature Geoscience.
No solo las temperaturas promedio en el siglo XX son más altas que nunca en al menos 2.000 años, sino que el denominado cambio climático actual afecta a todo el planeta al mismo tiempo por primera vez. Y la velocidad de este calentamiento global nunca ha sido tan alta como lo es hoy en día en los polos.
No existe un solo argumento científico verificable y contrastable sobre el que apoyarse para negar sistemáticamente el cambio climático, humildemente, como revisor experto de la ONU (2020/2022) Grupo de Trabajo III de Evaluación del IPPC al Sexto Informe de Evaluación (AR6) WGIII TSU, diría calentamiento global de la Tierra.
Otra cosa, por supuesto, es la aceleración de este cambio provocado por la actividad humana. En este sentido, y sin negar la gravedad de la situación actual, la humanidad saldrá adelante aunque, eso sí, son necesarios cambios extraordinariamente profundos durante las próximas décadas.
Hay futuro, pero será muy distinto al actual. El esfuerzo de la sociedad y el compromiso de cada ciudadano deberán ser paulatinos, irreversibles, robustos y en una única dirección, proteger la biodiversidad y ser responsable de su huella ecológica.