Esta semana hemos acudido a la videoteca para ver la película de Max Ophüls “Carta de una Desconocida”. Richerdios
Título original: Letter from an Unknown Woman
Año: 1948
Duración 86 min.
País: Estados Unidos
Director: Max Ophüls
Guion: Howard Koch (Relato: Stefan Zweig)
Música: Daniele Amfitheatrof
Fotografía: Franz Planer (B&W)
Reparto: Joan Fontaine, Louis Jourdan, Mady Christians, Marcel Journet, Art Smith, Carol Yorke
Productora: Rampart Productions / Universal Pictures
Género: Romance. Drama | Melodrama. Drama romántico. Años 1900
Sinopsis: Viena, 1900. Stefan Brand, un famoso pianista, recibe una carta de una mujer con la que mantuvo, en el pasado, una relación amorosa que ya no recuerda. Lisa es para él una desconocida, alguien que ha pasado por su vida sin dejar huella. Y, sin embargo, ella sigue apasionadamente enamorada de aquel joven músico que conoció cuando era todavía una adolescente.
Segunda película norteamericana de Ophüls, se rodó en los estudios de la Universal, con apoyo de maquetas de Viena. Basada en la novela de Stephan Zweig, ha sido objeto de varios remakes: “Feliz año, amor mío” (Méjico, 1955) y “Carta de una mujer desconocida” (China, 2004). La acción tiene lugar en Viena a partir de 1900. Narra la historia del amor no correspondido de Lisa Berndle (Joan Fontaine) por el músico Stefan Brand (Louis Jourdan). La película explora el amor desinteresado, absorbente y compulsivo de Lisa por Stefan, pianista, mujeriego y egocéntrico. Pese a la ternura de Lisa, éste no recuerda los encuentros fugaces que ha tenido con ella desde 1918/9, por la poca importancia que les ha dado en el marco de una vida desenfrenada y promiscua. Ella, que no desea un amor condicionado, ni obligado por las circunstancias, le oculta la paternidad de su hijo, Stefan, y contrae matrimonio con un aristócrata. El nudo de la obra es el drama interior de Lisa, presa de un amor puro, irremediable e inevitable, que la mueve a los mayores sacrificios, pese a no ser ni valorado, ni recordado por Stefan. Quien la conoce y recuerda es el mayordomo mudo de Stefan, que la atiende con simpatía.
La obra enfrenta dos mundos opuestos, posiblemente irreconciliables, salvo excepciones: la pureza de sentimientos y la exclusividad del amor de Lisa y el egoísmo, exento de sentimientos, de un hombre de vida desordenada a la que sacrifica el éxito de su carrera. Lisa asume el papel de heroína, víctima de un amor imposible, pero fuerte y perseverante. Stefan es víctima de sus debilidades, su indolencia y su afición a amores pasajeros, que no dejan huella. El sentido melodramático de la obra, profundamente romántico, es tratado por Ophüls con un lenguaje visual, sonoro y verbal, de raíz esencialmente romántica, que unifica los estilos del fondo y de la forma. La música, de gran importancia en las obras del autor, es en parte original y en parte está tomada de Liszt, Mozart (“La flauta mágica”) y Wagner (“Tanhauser”). La fotografía se beneficia de unos decorados excelentes; de una iluminación magnífica que resalta la evocación dramática del claroscuro; y de un movimiento de cámara antológico, con encuadres y travellings soberbios. El guion, ajustado a la obra de Zweig, evita a causa de la censura, la condición de prostituta de lujo de Lisa y los encuentros íntimos sucesivos con Stefan, que sustituye por un matrimonio de conveniencia con un rico aristócrata de ideas caducas, que agudizan el dolor de Lisa. La dirección, con sabiduría cinematográfica, convierte la obra en una joya del cine. Su afición a la música determinó, según algunos analistas, la sustitución de la profesión de novelista de Stefan por la de músico. La obra influyó en autores posteriores (Stanley Kubrick, entre ellos) por los acertados, precisos y expresivos movimientos de la cámara. Al protagonista, que en la novela de Zweig era escritor, Ophüls le convierte en músico, mediante decisión genial; en un pianista que una y otra vez practica un estudio de Chopin, ‘Tristeza’, también llamado ‘Tristeza de Amor’.
Una adolescente del vecindario lo escucha desde el patio, hechizada; más adelante, por las ventanas interiores del edificio. Joan Fontaine la encarna con maravillosa gracia, moviéndose excitada, correteando. La voz evoca el día, el instante exacto, en que, siendo una niña de 13 años, su corazón quedó preso para siempre en un amor sin esperanza hacia el pianista envuelto en un halo mundano, misterioso y seductor. Un amor fatal, que marca de una vez y para siempre una vida sentimental desde el momento del despertar adolescente. Un amor que la propia narradora refiere como humilde y servil. Con la música, Ophüls inunda de romanticismo este bello, intenso y tristísimo melodrama; con la música y todos los inspirados recursos volcados en la melancólica Viena de nieve y farolas (la noria del Práter entre neblina) que sirve de escenario a una desgarradora exaltación de la pasión amorosa más romántica y obstinada. Esta historia tan pasional solo puede ser narrada por una mano maestra para que pueda resultar creíble, y en eso Max Ophüls es un maestro, con esos largos planos con ritmo pausado y esa facilidad para que toda la historia quede perfectamente expuesta y el espectador comprenda perfectamente las razones que mueven a Liza y a Stefan (grandiosa Joan Fontaine, incluso haciendo de adolescente resulta creíble, y tampoco está nada mal Louis Jourdan). De hecho, los personajes siempre están retratados con mucho cariño, hasta se explican las razones de Stefan, su decadencia profesional, y su refugio en los bajos fondos, algo muy habitual en los artistas. Una de las mayores cualidades del estilo de Ophüls es su talento dirigiendo la fotografía (excelente trabajo de Franz Planer, por cierto), el encuadre y especialmente la iluminación. Hay una gran cantidad de matices y de adornos, de los focos de luz que hay detrás de cada ventana, de la iluminación continua del rostro de Joan Fontaine de modo que siempre queda especialmente resaltado, del encuadre perfecto de cada coche de caballos que aparece, en fin, toda la minuciosidad característica de los grandes cineastas.
Además, “Carta a una desconocida” es un ejemplo de la grandeza del blanco y negro, ver como resaltan siempre los vestidos blancos de Liza y el contraste en claroscuro con los callejones vieneses es un continuo deleite, como las épocas de felicidad son resaltadas con una claridad muy distintas a las más sombrías de los momentos amargos. En este film se pueden apreciar algunos de los rasgos característicos de su autor: Retratista del universo femenino, perfecto dominio del lenguaje cinematográfico, puesta en escena pulida a la perfección, personificación de los objetos inanimados, planos secuencia constantes, reflexión moral de los sentimientos más humanos, siendo el amor su tema recurrente.
¿Nos encontramos ante un folletín? Sí y no. Si es un folletín, está bañado en puro arte cinematográfico. Como en los caminos que se borran con niebla, no encontramos líneas bien marcadas en ninguna parte de esta película. Todo está difuminado: un amor incontenible y enfermizo procede de alguien que murió; la niebla se come la ciudad por la que deben ir otros paseantes reales, que han desaparecido o pasan a toda velocidad. La luz es huidiza, salvo cuando estalla en el rostro de la loca. Los viajes en tren pasan por sitios de nombre real, pero desdibujados en cartones; una melancolía inaprehensible lo baña todo; la noria del Prater, símbolo claro en algunas otras películas, no se sabe bien si existe aquí. El niño encantador vive la vida del que va hacia la fatalidad, y no hace falta que llegue la escena de la despedida en la estación para entenderlo. Una sociedad convencional protesta de vez en cuando antes de volver a sumergirse en niebla y arrebato. Sólo la muerta se empeña en hacerse notar, por eso aparece de negro en medio de la blancura de la nieve. Y luego está ese amor fou, quizá como nunca se vio en una pantalla. Sólo existe un personaje en la película: ella. Stefan Brand es sólo la imaginación de la perturbada, y las pocas cosas que vamos sabiendo de él son las visiones de ella. Idealizadas, casi siempre; un poco más de mujer de carne y hueso desde que aparece el niño, el cual no sale mucho pero es definitivo en la deriva de Lisa. La película, (que tiene mucho en común con “Madame De…”), es el retrato de una obsesión psicológica enfermiza, por más que la cara de Fontaine se bañe en luces radiantes que le eliminan los defectos, como en un photoshop primitivo. El amor fou, loco, doloroso, tan enajenado que los poseídos ya no saben que están locos y los cuerdos tienen vocación de alcanzar, para enloquecer a su vez. La locura y la muerte a través de una Viena borrada, entrevista.
El hijo como recuerdo terrible, punzante. Una película arrebatadora, irrepetible, que se irá clavando como aguja conforme vayan pasando los días después de verla.