La valiente diputada del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, escribía en El Mundo el pasado 1 de marzo: “Pablo Casado tendrá que renunciar a la más noble y apasionante responsabilidad política por unos hechos con tintes de tragedia shakesperiana, pero que coloquialmente remiten a una palabra fea: corrupción. La corrupción moral de manejar dosieres de procedencia turbia para presionar a un compañero. La corrupción moral de permitir que su entorno se jactase de esa sórdida operación ante los medios. (La Razón, 2 de noviembre de 2021: “Hay movimientos desde el poder madrileño y nacional con algunos de los consejeros para buscar información que pueda colocar en una situación delicada a la presidenta madrileña a la hora de librar su pulso por el liderazgo del partido, y están convencidos de que el tiempo juega en contra de ella y que, según pasen los meses, ellos tendrán más armas para debilitarla y ella estará más desgastada”). Y la corrupción moral de lanzar públicas y gravísimas acusaciones sin pruebas, sirviéndose además de las víctimas de la pandemia: “La cuestión es si cuando morían 700 personas al día se puede contratar con tu hermano y recibir 286.000 euros”. Lo más honorable que puede hacer Casado es reconocer su error y erigirse en el primer aliado de Ayuso contra los inquisidores de la doble ejemplaridad: laxa para la izquierda, implacable para la derecha”. Más adelante, la brillante parlamentaria explica que la actual situación política registra “de un lado, las dos fuerzas que devastaron el siglo XX: el nacionalismo y el comunismo. De otro, el orden liberal, al que tendremos que rearmar con ideas y con coraje. Quizá esto sea lo más relevante que pueda decir hoy cualquier militante del PP: no vamos a aceptar la humillación de que Pedro Sánchez Castejón, presidente del gobierno gracias a los hijos de Putin, nos llame por fin moderados”.