Los sucesos de la pasada Nochevieja en Colonia, Hamburgo, Stuttgart y Dusseldorf que incluyen una violación, otros abusos sexuales, robos y vejaciones a mujeres alemanas por más de mil individuos, muchos de ellos ebrios, de origen árabe y magrebí, además de constituir graves delitos que deben ser perseguidos por las autoridades, como ha reclamado la canciller Merkel y toda la clase política alemana, deben hacernos reflexionar acerca de los límites del Estado de Derecho con los emigrantes y refugiados. Aunque estos asociales sean una minoría en el conjunto de la población extranjera ahora residente en Alemania, los ciudadanos alemanes -como los españoles, franceses o británicos, por ejemplo- tienen derecho a que se respeten sus leyes y, si se convierten en país de acogida, con más razón los acogidos deberían comportarse ejemplarmente; si no es así, deben ser juzgados y condenados y/o expulsados a sus países de origen. Sólo faltaría que tuviéramos que mirar hacia otra parte, como si estos y otros hechos no hubieran sucedido nunca, no fuera a ser que nos acusaran a los nacionales europeos de xenófobos o nos colgaran cualquier etiqueta a las que tan acostumbrados estamos.
Las ONGs deberían mostrar también respecto a estos hechos la misma exquisita sensibilidad que manifiestan ante cualquier abuso que se comete contra los refugiados, entre otras razones porque no deben discriminar por cuestión de raza o procedencia, ya que incurrirían en lo que algunas de estas organizaciones tanto critican, las actitudes racistas y xenófobas, pero esta vez a la inversa, contra los europeos. Pero, sobre todo, porque millones de ciudadanos empiezan ya a estar hartos -Suecia, Dinamarca y la misma Alemania han endurecido sus controles de fronteras, por no hablar de Hungría y Croacia, entre otros- de pagar con sus impuestos, políticas que se vuelven contra ellos, como es el caso de este fin de año en estas ciudades germanas. A todo lo anterior se suma que los yihadistas siguen asesinando occidentales allí donde pueden. Los tradicionales valores europeos de solidaridad, respeto a los derechos humanos y ayuda internacional, no pueden coexistir con el terrorismo y otras actitudes criminales de minorías. Quien no sepa comportarse en libertad, debe regresar por donde vino y encontrará que en su país no hay rastro, ni lo hubo jamás, de democracia, derechos humanos ni de nada de lo que dejó atrás en esta vieja Europa.