Ocho cantantes y una bailarina, de las que solo Patricia Wulf, de las primeras, ha dado la cara, escudándose las demás en el anonimato, han denunciado de acoso sexual a Plácido Domingo, que hace algo más de una semana era refrendado por su público con una gran ovación en Salzburgo antes de iniciar siquiera su primera obra.
Este es un nuevo ataque del movimiento Me Too que, como un tribunal en la sombra y sin ninguna garantía jurídica y pruebas, acusa a quien estima oportuno de acoso o abusos sexuales arruinando la carrera y hasta la vida -como ha sucedido hace unas semanas con el financiero Jeffrey Epstein– de quien eligen como víctima. El sectarismo y la caza de brujas se esconden tras esta careta pretendidamente feminista que no conoce la presunción de inocencia.