José Antonio Marina, filósofo y pedagogo, experto en inteligencia, autor del Libro Blanco de la Profesión Docente y otros 60 títulos más, en una entrevista en el diario El Mundo, el 29 de enero de este año, se atrevía a poner en cuestión la pedagogía progresista: ”Si le pones a un niño una pantalla captas su atención espontánea, que es la de los animales, pero los humanos tenemos una atención voluntaria en lo que no nos interesa, que es la que debemos aprender a manejar. No lo estamos haciendo porque se nos ha cruzado otra mala herencia de la psicología: la excesiva importancia que da a la motivación. Se dice que si un niño no está motivado no puede realizar una acción, cuando el progreso de la humanidad radica en que podemos hacer cosas aunque no estemos motivados, simplemente porque es nuestro deber. Pero el concepto del deber también ha sido expulsado de la escuela. Y es una estructura de la inteligencia (…). Si no se puede hacer algo sin motivación, se elimina la voluntad, la responsabilidad y la libertad, porque la libertad se consigue obedeciendo primero. El niño tiene que obedecer al adulto porque así aprende a controlar su sistema nervioso. Poco a poco se amplían las funciones ejecutivas, que están residenciadas en el lóbulo frontal del cerebro, el que tarda más en madurar. Más adelante, será el niño el que se dé a sí mismo las órdenes. Una buena técnica es enseñar a los alumnos a obedecer su voz interna, pero esto no se está educando y se fomenta su impulsividad, que es la incapacidad de controlar los impulsos y la atención”.