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José María Pérez Pomares, Málaga, (1972), es profesor titular del departamento de Biología Animal de la Universidad de Málaga (UMA), líder de grupo en el Centro Andaluz de Nanomedicina y Biotecnología (CANB) en el Parque Tecnológico, e investigador del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA). Hace escasos días, el grupo de investigación Desarrollo y Enfermedad Cardiovascular que dirige, veía publicado un artículo en el prestigioso ‘Journal of the American College of Cardiology’, revista puntera nivel mundial. El equipo del investigador malagueño ha dado un gran paso en el conocimiento del infarto de miocardio. Ha descubierto el origen de los fibroblastos, unas células que –tras el ataque- no se regeneran y cicatrizan formando un tejido fibroso sin propiedades elásticas (contráctiles). Su importancia radica en el enorme impacto que causa la insuficiencia cardíaca en Occidente y el desconocimiento que existe, a nivel clínico, sobre el origen y naturaleza de tales células. Este hallazgo constituye la base para futuras investigaciones que posibiliten terapias alternativas.
¿Por qué el interés de un departamento de Biología Animal por el infarto humano?
Es la enfermedad por la que mueren más personas en el mundo, y, según la OCDE, supera al cáncer. Es lo que se denomina popularmente como infarto de miocardio ligado a la enfermedad cardiovascular. Presenta una alta mortalidad y morbilidad (frecuencia en la hospitalización). Lo habitual es que el infarto se convierta en una enfermedad crónica. Está íntimamente relacionada con el incremento de edad, sobre todo en Occidente, una mala dieta, tabaquismo, estrés, etc. Lo asombroso de todo es que, conforme los países en desarrollo adoptan las costumbres occidentales, los infartos se disparan. Por ejemplo, se producen cambios significativos en las dietas.
Básicamente, han estudiado todo el proceso del infarto de miocardio.
La acumulación de colesterol obstruye los vasos sanguíneos. Dentro del corazón, esto es un problema grave ya que, en algún sitio, los músculos dejan de recibir oxígeno. Se trata de un tejido delicado que no aguanta más de dos o tres horas dicha situación. Esta secuencia de eventos, sucede sin que nos enteremos y precipita el infarto.
¿Y en realidad cuál es vuestro principal descubrimiento?
El corazón no puede regenerar el músculo dañado tras la pérdida de oxígeno. Lo que sí hace es generar una cicatriz compuesta por tejido fibroso. Crece pero, a diferencia de una herida en la piel, no cae o desaparece. La zona afectada está compuesta por fibroblastos cardíacos que han perdido la capacidad de contraerse y no late. Como resultado, el corazón del paciente bombea menos sangre. Además, esta cronificación, va a peor. Y esto afecta a la calidad de vida del enfermo. El objetivo es encontrar una fórmula para que esa cicatriz desaparezca.
¿Se habrán producido muchas investigaciones para paliar el infarto?, ¿En qué habéis sido originales?
El 90 por ciento de los investigadores trabajan en cómo conseguir nuevo músculo cardíaco mientras un pequeño grupo ha reorientado sus esfuerzos en descubrir cómo limpiar y controlar la cicatriz que generan los fibroblastos.
Y los primeros, qué duda cabe, no han tenido mucho éxito.
Nosotros realizamos experimentos con ratones de laboratorio y reproducimos las condiciones de un infarto, algo que no se puede hacer con tejidos humanos. Utilizamos animales transgénicos. Es la única forma de avanzar en una investigación preclínica. Es la parte más árida de la investigación. Saber quién es quién en este baile de locos, cómo se activan estos fibroblastos, qué genes se activan y desactivan, saber, en definitiva, qué pasa.
Nuestro objetivo es lograr comprender cómo se genera la cicatriz y detectar los mecanismos que controlan su desarrollo. A continuación, vendrán los tratamientos paliativos.
¿Han colaborado bastantes centros e investigadores ajenos a la UMA, no es cierto?
Sí. Han participado profesores de la Universidad de Amsterdam, de la de Navarra, del CANB, del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas-Centro de Investigaciones Biomédicas en Red de Enfermedades Raras, y la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. Para avanzar a la velocidad necesaria, debes tender puentes y establecer alianzas. En enfermedades tan graves como ésta, hay que ir deprisa porque se pueden recortar cuatro o cinco años de investigación.
En una época de máximos recortes en la investigación, puede darse con un canto en los dientes.
A nivel general, los recortes son brutales y los científicos no estamos contentos. Si hubiera voluntad pública del ciudadano, los políticos cambiarían su parecer respecto a la ciencia y la tecnología. Tiene que ver con la educación. La gente no ha sido formada en la verdadera importancia de la investigación y en lo que puede aportar. Hemos tenido suerte al acceder a financiación europea ya que es muy difícil de conseguir. También han colaborado el Ministerio de Economía (Mineco) y el Instituto de Salud Carlos III.
¿Esperaban esta gran repercusión?
Sabía que los resultados eran lo suficientemente importantes pero el efecto ha superado nuestras expectativas. No sólo figurar en el ‘Journal of the American College of Cardiology’ sino que aparezca un editorial firmado por Megan Monsanto y Mark A. Suusman, profesores del Instituto de Corazón de la Universidad de San Diego. Además, el cardiólogo más famoso del mundo, Valentín Fuster, ha realizado un comentario de ocho minutos, toda una proeza, en la web de la propia revista. La verdad es que han sido tres años de trabajo duro pero nos sentimos orgullosos con el resultado.
Siempre hay quien que se opone a la investigación con animales. Me gustaría dejar constancia ante los que se oponen. No disfruto haciéndolo pero es una investigación imprescindible para curar una enfermedad. En este caso, el infarto de miocardio. Se tardarían años de otro modo. Hoy por hoy, no hay alternativa posible al uso de animales.