Esta semana hemos ido a la biblioteca para leer la novela “La Familia de León Roch” de Benito Pérez Galdós. Richerdios
Familia de León Roch” de Benito Pérez Galdós. Richerdios
La Familia de León Roch
El argumento pone en juego un triángulo amoroso y apasionado entre dos mujeres y un hombre, en el ambiente de la clase alta madrileña de la segunda mitad del siglo xix. León es un aplicado krausista, inteligente y heredero de una gran fortuna, que llega de Valencia acompañando a los marqueses de Fúcar (plebeyos enriquecidos sin excesivos escrúpulos), cuya hija, Pepa, está en secreto enamorada de él. Pero en Madrid, el intelectual va a caer bajo el embrujo del «temperamento ardiente, imaginativo y sensual» de María Egipcíaca, último eslabón de los arruinados marqueses de Tellería. Arrebatados por la pasión sexual, en María la religión sucumbe ante la fuerza de la naturaleza, y en León la razón se rinde ante los encantos de la de Tellería. Escrita en 1878, es la última de las novelas de la primera época y la última también en que Galdós se centró, sobre todo, en defender una tesis a fondo, aun por encima de lo que en sí es la parte novelesca. No obstante, su maestría hace que esa tesis venga envuelta en una serie de hechos, con tal precisión y acierto narrados, que su alegato contra la intolerancia religiosa, una vez más, queda como algo que está al fondo y no en primer plano. Parece, a primera vista, más la historia de un trío amoroso o una novela romántica, que una obra de contenido altamente moral y de condena al fanatismo religioso y a las costumbres de la época, que tanto combatió el autor y que ponían por encima el credo religioso a las virtudes ejercidas y al comportamiento de las personas. La figura de León es clara y meridiana. Es un hombre de bien, que puede tener todas las dudas interiores, tal vez porque se las plantea y piensa, dado que es muy inteligente y preparado, y por eso es precisamente denostado, cuando su comportamiento es ejemplar. El resto de la familia son, salvo el hermano que murió y que era un fanático iluminado y pernicioso, todos unos frívolos y disolutos, que sólo piensan con motivos egoístas y tienen la religión como pantalla para hacer y deshacer a su antojo, y los menos malos para dejarse llevar. En cuanto a María, es el prototipo de mujer sin voluntad propia y que sigue los dictados de la familia, y luego queda envuelta en el recuerdo de su hermano, al que quería mucho, y que al morir le deja todo un legado de obligaciones morales a su manera, en las que el matrimonio era lo menos importante y sobre todo estaba el amor a Dios. Pero, como dice León, nadie se había dado cuenta de que el amor a Dios pasa por el amor a sus criaturas y no es pura contemplación y misticismo. El padre Paoletti es el alter ego del muerto y el que inicia, o completa, la labor de aquel, y con ello hacen fenecer un matrimonio en que ambos esposos se amaban, y también son responsables de la muerte de María. Pepa es una mujer que, sin dejar de ser religiosa, a su manera es sobre todo, visceral y sensual. Se casa por despecho y, cuando nace su hija, pone todo su amor en ella, pero al reaparecer León, renace su amor por éste, que nunca se había apagado, y le propone las mil posibilidades, incluida la huida, que León, en su serenidad y bonhomía, rechaza y prefiere el sacrificio, pero guardando la fama y dignidad de Pepa. No obstante y visto desde los tiempos actuales, la solución mejor era haberse marchado y prescindido de todos aquellos seres nefastos, y más cuando la fortuna de los dos era considerable y no tenían ningún problema económico. También retrata Galdós, a quien la nobleza no le fue nunca simpática, todos los vicios y corrupciones de algunos de los miembros de ésta, en especial del marqués de Fúcar y del de Tellería, ninguno de los cuales queda bien parado, pues el padre de Pepa es, asimismo, un hombre de demasiado mundo y que se corre las grandes juergas, aunque éste, al contrario del otro, tiene gran fortuna, adquirida por muy diversos medios no todos recomendables. Quedan otras figuras más secundarias, que dan realce a la novela y la adornan, con esa maestría con que Galdós era capaz de meter a una pléyade de personajes y hacerles actuar con una precisión de reloj. Es una novela larga, pero que se lee con deleite, y hace pensar, llevándonos muchas veces hasta el desprecio hacia la actuación de ciertos hipócritas personajes, y otros que obran de buena fe, pero que son víctimas de una moral equivocada y perniciosa, y todo ello, como consecuencia de una catolicidad tridentina, que venía muy bien a los intereses de los poderosos, que así podían manejar, gracias a la Iglesia y sus normas, al resto de los mortales. Galdós combatió esto en varias de sus novelas y ésta es una más de ellas, pero quizá aquí se esmeró en presentar el caso dentro de una sola familia y en un reducido círculo.