Se considera que un sistema sociopolítico es heteropatriarcal cuando en él las leyes y normas otorgan más derechos a los varones que a las mujeres, que quedan sujetas a ellos, y restringen la sexualidad permitida a la de la pareja reproductiva.
En España, desde que está vigente la Constitución del setenta y ocho, no existe una sola ley o norma que discrimine a las mujeres, y cada cual es muy libre de hacer de su sexo un sayo mientras respete la libertad sexual de los demás. Por el contrario, desde que entró en vigor la Ley Integral de Violencia de Género en 2004, los que sí padecemos leyes discriminatorias somos los varones. La mencionada ley, manifiestamente inconstitucional diga lo que diga el Tribunal Constitucional, suprime en ciertos supuestos la presunción de inocencia, que es un derecho fundamental, a la mitad masculina de la población. Pese a ello, los voceros de la corrección política, con el Ministerio de Igualdad a la cabeza, no cesan un solo día de decirnos que todos somos responsables de los supuestos horrores que provoca en España el heteropatriarcado. Pero, como es imposible encontrar una sola norma o ley española que discrimine a las mujeres, se ven obligados a inventarse cosas como “el techo de cristal” o “la brecha salarial”, para que parezca que hablan de algo que tenga algún viso de realidad. Veamos primero si bajo esos conceptos hay alguna sustancia.
El “techo de cristal” es una supuesta barrera invisible al ascenso profesional de las mujeres dentro de las empresas. La única realidad tangible a ese respecto es que en los puestos de alta dirección de las empresas españolas hay un treinta y cuatro por ciento de mujeres y un sesenta y seis por ciento de hombres (Informe Women in business 2021). Pero resulta que en el número de candidatos de cada sexo que se presentan a esos puestos de gran responsabilidad se dan aproximadamente las mismas proporciones, con lo que no hay ninguna razón para dar por supuesta discriminación por sexo alguna. Si hay menos mujeres que hombres en cargos que requieren una dedicación extrema es porque también hay una menor proporción de mujeres interesadas en desempeñarlos. Las mujeres, al igual que los hombres, tienen sus propios intereses personales, y en base a ellos deciden qué fracción de su tiempo están dispuestas a dedicar a su vida profesional. Por lo demás, esas diferencias estadísticas de intereses en base al sexo no tienen nada de sorprendentes. La reproducción sexual apareció hace unos mil doscientos millones de años, así que los procesos evolutivos han tenido tiempo sobrado para desarrollar diferencias de comportamiento entre ambos sexos. Unas diferencias naturales que necesariamente han de ser complementarias, ya que hombres y mujeres somos socios reproductivos y compartimos intereses biológicos y sociales básicos. Así pues, no es de extrañar que la barrera sea invisible, ya que no existe norma escrita alguna ni dato estadístico que respalde su existencia. Pero como la corrección política parte de dogmas diseñados para corroer nuestra autoestima y no de hechos contrastados, continúa repitiendo la matraca, con la esperanza de que, como pretendía el doctor Goebbles, una mentira mil veces repetida se convierta en verdad inamovible.
Por su parte, la “brecha salarial” es la diferencia entre las retribuciones salariales del conjunto de los hombres y las del conjunto de las mujeres. En 2019, en España esa diferencia fue del 11,9% a favor de los hombres, dos puntos por debajo de la media europea (fuente: Eurostat). Pero resulta que, en 2020, la Inspección de Trabajo realizó la cifra récord de 1.540 inspecciones buscando discriminación salarial por sexo y tan solo hubo 38 sanciones, que supusieron un total de 71.617 euros. Es decir que tan solo un 2,4% de las empresas investigadas fueron sancionadas y, a juzgar por el escaso importe total, debieron de serlo por cuestiones menores. Lo que los de la corrección política esconden por sistema es que, al igual que sucede con el “techo de cristal”, esa diferencia salarial de conjunto que llaman “brecha salarial” se debe a que las mujeres optan más a menudo que los hombres por los empleos de media jornada o de baja responsabilidad. Es decir que, una vez más, la única causa de esa diferencia es la libertad de elección de las mujeres.
Otro de los clavos ardiendo a los que se aferran los políticamente correctos es que las mujeres son minoría en determinadas carreras universitarias, como las ingenierías o la informática. Sin embargo, evitan cuidadosamente mencionar que las mujeres que se gradúan son mayoría en el conjunto de las universidades españolas desde hace ya años, y creciendo: un 53,3 % en 2014 y un 53,6 % en 2018 (fuente: INE). Por lo visto, las mujeres no deben estudiar lo que les dé la gana, sino lo que se les antoje a las feministas de género.
¿Significa todo esto que en España no queda ni el más mínimo reducto de cultura heteropatriarcal? Por desgracia, creo que no. Por ejemplo, dentro de la comunidad musulmana inmigrante han salido a la luz pública numerosos casos de matrimonios de niñas con varones adultos concertados por los padres de las menores. Eso sí que suena a heteropatriarcado. Otro reducto residual del heteropatriarcado en España es la cultura tradicional gitana, como vienen denunciando diversas organizaciones de mujeres de esa cultura que no están conformes con ella. Y que no me vengan los de la corrección política con que recordar esta evidencia es racista; lo que sí es racista es abandonar a las mujeres musulmanas y gitanas a los caprichos y abusos de los líderes masculinos de esas comunidades, en las que impera la ley del silencio, con el inicuo pretexto de que “esa es su cultura”.
¿Se ha dado por enterado de esos hechos el Ministerio de Igualdad? No. Así que, al parecer, las feministas y los feministos de género son incapaces de reconocer el heteropatriarcado real aunque lo tengan ante sus narices acompañado de un cartel explicativo. Ellos, en realidad, están a otras labores. Como, por ejemplo, saquear el erario público para hacer estudios que concluyen que el color rosa oprime a las niñas y otras sandeces por el estilo. Y es que los de la corrección política jamás se enfrentan a un problema real. Ellos (y ellas) prefieren solucionar problemas imaginarios, que siempre queda más resultón y es menos cansado y estresante.
Si alguno de mis hipotéticos lectores tiene interés por conocer en detalle los espeluznantes horrores del heteropatriarcado real, el que sufren las mujeres reales que viven en países gobernados por el machismo, le recomiendo encarecidamente la lectura de los libros de la somalí Ayam Hirsi Ali, una de las mujeres más admirables de que tengo noticia. Una mujer cuya trayectoria vital es toda una muestra de coraje e inteligencia; una mujer que deja en evidencia la criminal frivolidad de los santurrones que ocultan sus privilegios y su cobardía tras la corrección política.