Inés Arrimadas no dimitió en la reunión de su Ejecutiva del pasado lunes 15 de marzo -comisión que no convocó para decidir sobre la moción de censura de Murcia que ha desestabilizado las relaciones del centro derecha español- pero solo ha prolongado su muerte política. No solo por el goteo de dimisiones en el Congreso y el Senado y la marcha de otros afiliados sin cargos en distintos puntos de España, sino porque ante la opinión pública española, que es la que importa, porque sube o baja los votos de cada partido, ha quedado peor que Cagancho en Almagro. Naturalmente, ella se defiende con eso de que el PP quería acabar con el partido y que en Murcia se daba una corrupción política insoportable y otras defensas al uso. La lealtad que ha mostrado con su socio de gobierno en varias comunidades solo es comparable a sus ansias de poder echándose en los brazos de Sánchez. Y no sabe que, al margen de la censura política que merece por su comportamiento desleal, al lado de Sánchez solo le esperan desengaños, y no hace falta más que revisar la hemeroteca para ver las críticas que ella misma le ha dirigido al presidente del Gobierno.
Una cosa importante sí que ha conseguido Arrimadas o, mejor dicho, dos. La primera, que los medios de comunicación la llamen liberal aunque no lo sea, y a su partido también, pero ese es el pago de la prensa adicta al Gobierno por su alejamiento del PP, el enemigo electoral del PSOE. El otro triunfo de la todavía dirigente de lo que queda de Cs es haber dinamitado la posibilidad de un centro político, sola o acompañada del PP, y quizá de Vox, para hacer frente a la calamitosa situación que se encuentra España en ejes tan importantes como la salud, la economía y la dignidad de la política.
Serán las urnas, convocatoria tras convocatoria, las que le devolverán a Arrimadas el justo pago de sus trapacerías políticas.