Ni el propio Rajoy se creía que lo echaban, acostumbrado tantas veces a permanecer a flote pese a los temporales políticos que le sacudían. Ahora, sí está hundido. La sucesión ininterrumpida de casos de corrupción de su partido, unido a su nula voluntad de regeneración política, le han brindado la ocasión a todos sus enemigos, que no adversarios, para desalojarlo de la presidencia del Gobierno y muy probablemente del partido.
Bien haría el PP -pero está en su derecho de seguir como solía, de derrota en derrota- convocando un Congreso extraordinario, pero no a la búlgara, con compromisarios y esos apaños de la dirección, sino democrático, con un afiliado un voto, la neutralidad del aparato y sin vetos a ningún afiliado que ose presentarse.
Rajoy es producto de la historia de su partido, fue elegido a dedo por Aznar y tendrá la tentación de designar ahora a su sucesor, gravísimo error si se atreve porque lastrará su partido una vez más y quizá definitivamente. Hace unos años, hasta Ciudadanos le exigió que se democratizara e implantara primarias en sus procesos electivos, sin éxito, a la vista está.
Ahora, la preocupación es qué política seguirá Pedro Sánchez, aupado a la Presidencia con los votos de los enemigos de la democracia, los golpistas catalanes, los secesionistas vascos y los antisistema de Podemos. Si les paga el apoyo prestado, España se hundirá más, si no pues no le votarán sus propuestas en el Congreso. Difícil dilema producto del empeño de ser presidente al precio que sea. Una pensión vitalicia como ex, debe pensar, bien vale pasar algunos malos ratos. Esta es otra reforma necesaria, acercar la salida de un presidente del Gobierno a la de cualquier alto cargo público o privado que abandone el puesto. Evitaríamos, por lo menos, estos medros personales.