Es harto frecuente encontrarse expresiones acusatorias acerca la práctica del odio, que incluso son sancionables por el artículo 510 del Código Penal y una circular, la 7/2019, de 14 de enero, de la Fiscalía General del Estado sobre pautas para interpretar los delitos de odio. Eso de sancionar un sentimiento… en fin, lo que importan son las acciones, las conductas, pero lo grave del asunto es que ese delito se esgrime en una sola dirección, la que va desde la izquierda a la derecha, no en dirección contraria. Son los efectos de legislar a conveniencia.
El periodista Santiago González en el diario El Mundo el pasado 28 de octubre de 2020, y todos podríamos aportar otros ejemplos, se preguntaba si era odio que los seguidores de Podemos pateasen la cabeza de un antidisturbios el 25 de septiembre de 2012 como Pablo Iglesias mostró en la tele que le pagaban los ayatolás, y tuvo la desfachatez de añadir “sé que esa imagen se ha utilizado para criminalizar a los manifestantes, pero tengo que reconocer que me ha emocionado”. No, si sus emociones son conocidas, como cuando dijo aquello de azotar a Mariló Montero hasta que sangrase. Ahí el movimiento feminista enmudeció cómplice, claro.
“Odio, cólera y nada más”, dijo Sánchez de Abascal cuando VOX presentó su moción de censura. También le achacaba lo mismo nada menos que la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurúa: “Ustedes abogan por políticas de crueldad y de venganza. Están instalados en el odio, son ustedes el ejemplo de la cohesión ideológica que se consigue agitando y generando odio”. Y lo dice ella, que fue editora de Egin, Punto y Hora de Euskal Herria, fundó Gara y fue condenada a un año de prisión por apoyar el terrorismo, además de miembro del colectivo Maite Soroa, que señalaba a diario en Gara a los periodistas no adictos. Es decir, una filoterrorista dando lecciones de qué es odio a los demás. ¿Y no son delitos de odio las bienvenidas en sus pueblos a los terroristas excarcelados?, ¿o los insultos al Rey cuando se corea “los Borbones, a los tiburones” y “nuestros recortes serán con guillotina”?
Por eso, los ciudadanos, nos debemos de plantear qué hacer ante este estado de cosas en que se criminaliza al oponente político mientras los verdaderos odiadores hacen de las suyas de palabra, obra y omisión. Desde luego, quedarse callados es condenarse a que te corten la lengua, lo que ya viene sucediendo hasta con órdenes ministeriales como la del pasado 5 de noviembre. Habrá pues que elevar la voz para señalar a los odiadores y violentos del independentismo catalán y a los herederos políticos de ETA y a los antisistema de Podemos con los que pacta este Gobierno a cada paso que da para mantenerse en el poder. No será odio, será un escáner del Gobierno y sus muletas.