La sucesión de escándalos políticos, económicos y de toda clase que se suceden por acción u omisión de este Gobierno hace tiempo que ha rebasado ya los límites de tolerancia del ciudadano de mayor mansedumbre; más allá solo quedan los cómplices de toda laya, los compañeros de viaje (herederos políticos de ETA y golpistas catalanes, entre otras especies), algunos cobardes y los ignorantes de más credulidad progubernamental.
La unidad de España está en cuestión más que en ningún otro momento de nuestra historia democrática por las componendas a que este Gobierno ha llegado con los secesionistas catalanes -a cuyos dirigentes se prepara un indulto para este verano- y los bilduetarras, mientras que el ministro Marlasca acerca a los más sanguinarios terroristas a cárceles del País Vasco y Navarra, o se prepara la legislación oportuna para hacerse con el órgano de gobierno de los jueces y ahora se gesticula un poco en el aire antes de cruzarse de brazos ante la agresión de Marruecos en nuestras fronteras lanzando a miles de marroquíes y subsaharianos, muchos de ellos niños, contra ellas.
Pero quizá el perfil más nítido de quiénes son los que se sientan en el Consejo de Ministros -incluidos comunistas, único caso de un país de la UE y la OTAN con totalitarios en el gobierno de la nación- se ha producido, y sigue produciéndose, a causa de la pandemia y los cerca de 140.000 muertos que se ha cobrado, oscureciendo los ministros y su presidente la verdad sobre la cifra, utilizando a la Guardia Civil para restarle estrés o creando un Ministerio de la Verdad para amedrentar a los medios de comunicación no adictos al régimen. También, entre otros muchos ejemplos que podrían traerse a colación, sus tratos con el dictador de Venezuela, Maduro, revelan la falta de escrúpulos democráticos que acompaña a Sánchez, desde permitirle pisar suelo español a la vicepresidenta de aquel país, que lo tiene prohibido en toda la UE, por sus repetidas violaciones de los derechos humanos, hasta la entrega de dinero público a una compañía aérea que es ruinosa y sin posibilidades de levantar el vuelo.
Parece que en esta situación deberíamos acomodar nuestro lenguaje a la gravedad del momento, porque sería poco realista referirnos al Gobierno y a su presidente como si estuviésemos en un país en el que las leyes se respetan y se hacen respetar, precisamente, por el gobierno.
Lo peor de este rumbo de la política española, que no encuentra la debida oposición en el primer partido de ésta, es que hay una parte de la ciudadanía que quiere seguir llevando con resignación la cruz y no se le pasa por la cabeza que solo elevando la potencia de sus voces pueden empezar a recular quienes han convertido a España en una playa de desembarco de la hez política y en un objetivo en el que destrozar sus fronteras, desde fuera y desde dentro, mientras se olvida nuestra historia. No nos acostumbremos.