La extensión del coronavirus está revelando el grado de competencia de gobiernos y dirigentes internacionales, muchos de ellos más preocupados por la opinión pública que por tomar todos, repetimos todos, los medios disponibles para frenar el avance de esta epidemia a la que la Organización Mundial de la Salud se niega todavía a llamar pandemia. Así, el director general de esta institución, Tedros Adhanom Ghebreyesus, reconoció que estaba “profundamente preocupado”, pero no movió un dedo por hacer algo más de lo que hace, negándose a hablar de pandemia.
En los últimos años hay un supuesto temor reverencial a la llamada “alarma social” en los casos en que se compromete la gestión de instituciones o personas, lo que contrasta con el vocerío que se desata cuando se ven afectadas determinadas políticas altamente ideologizadas.
No hay que tenerle miedo a las palabras cuando se usan con propiedad y en Italia existe una justificada alarma social porque más de 50.000 personas están en cuarentena y, existe miedo acerca del próximo futuro, de ahí que se hayan agotado muchos productos en los supermercados. En China, el miedo está oficialmente prohibido y ya tiene bastante el gobierno comunista en mentir como para encontrarse problemas en las calles.
En cuanto a nuestro país, con varios casos confirmados, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, no se pierde la asistencia a la mesa que negocia la independencia de Cataluña, que se reunió el pasado miércoles. ¿No deberíamos esperar del ministro en una situación tan excepcional que estuviera dedicado en exclusiva a este grave problema que afecta a nuestro país? Pues se equivoca usted, el PSC al que pertenece el ministro, partido colchón de los golpistas catalanes, requiere también su atención. E Iglesias husmeando en el CNI. Pero que no cunda la alarma.