No ha habido ocasión en que la Unión Europea no haya defraudado a los ciudadanos. En la crisis de los refugiados de 2015 estaba mirando las musarañas cuando casi un millón de refugiados (por la guerra civil en Siria) e inmigrantes ilegales cruzaron las fronteras entrando en países miembros de la UE. Después, a la Comisión se le ocurrió pagarle a Turquía para que contuviera la avalancha, y Turquía se creció, claro, sabedora de su poder, y también distribuyó algunos efectivos de Frontex en la periferia o llegó a acuerdos con las patrulleras libias para que contuvieran a los inmigrantes allí sin respeto alguno a los derechos humanos. Sin embargo, la política que sigue la UE de cara a la galería es otra, la de mucho respeto por esos derechos humanos, comprensión, solidaridad y el bla bla oficial.
Pero llegaron los atentados yihadistas en Madrid, París, Bélgica -en 2015, 2016 y 2017 la brutalidad de estos ataques batió todos los récords- y la UE brilló por su ausencia. ¿Para qué nos sirve la UE?, es la pregunta obligada que podemos, y debemos, hacernos, ¿es este el famoso sueño europeo?
Y hace más de un año llegó la pandemia del coronavirus y la condescendencia de la UE con China se hizo patente, y también su pasividad frente a los laboratorios fabricantes de las vacunas y la imprevisión, entre otros muchos desaciertos, de la actuación bruselense, cuando no de su cruzarse de brazos y ya pasará.
La burocracia de la Vieja Europa se mueve por sus propios intereses y estos han sido y son los de la coalición alemana, ayer de Merkel y hoy de Sholz, con los Verdes, tiñendo la política comunitaria del apocalipsis climático tan del gusto de la ONU, y sin atender la imperiosa necesidad de aumentar el presupuesto de Defensa para hacer frente al oso ruso, pese a que los Estados Unidos nos han advertido, desde Obama a Biden, que no pueden convertirse en nuestros eternos protectores y que hay otras áreas del mundo, Asia-Pacífico, que reclaman su urgente atención.
La UE se siente cómoda con la corrección política, los trasnochados conceptos del estado del bienestar y su falta de compromiso en los conflictos bélicos que asolan el mundo, y con esos vicios morirá. Ya se fue el Reino Unido y ahora el grupo de Visegrado con Polonia y Hungría a la cabeza le plantean nuevos retos.
En este 2022 que asoma, somos los ciudadanos los que deberíamos despejar tanta propaganda gubernamental y eurocrática para decidir mejor qué futuro queremos y qué políticas se necesitan para alcanzarlo. Europeísmo, claro, pero con otra UE. La pérdida de soberanía y la prevalencia del derecho de la UE -que no es votado por los ciudadanos y que no es democrático- no son las mejores vías de progreso para afrontar el futuro en buenas condiciones, solo hace falta mirar al pasado. ¿Quienes hasta ahora nos han conducido hasta aquí son los mejores para guiarnos mañana?