Las próximas elecciones del 10 de noviembre provocan justificadamente el hartazgo de muchos ciudadanos. Cuatro elecciones generales en cuatro años son muchas elecciones. La causa que explica esta nueva convocatoria no es otra, como sabe el lector, que la imposibilidad de formar gobierno por el PSOE al no disponer ni de mayoría absoluta ni de otras fuerzas que le aúpen a esa encantadora cifra de 176 diputados que representa la mitad más uno del Congreso.

Qué duda cabe que el bipartidismo ha dado paso a una fragmentación del mapa político con la irrupción de Ciudadanos y Podemos, y ahora de Más País, de Errejón. Pero si cada fuerza política merece un análisis distinto en cuanto a sus subidas y bajadas de número de votos, parece que hay un denominador común respecto a hace solo unos años, PSOE y PP han perdido grandes masas de votos y parece que esto seguirá siendo así. El PSOE se ha izquierdizado desde el ascenso de Sánchez a la secretaria general, después de haber sido despedido por los barones del partido, y el PP ya hace tiempo que perdió sus señas de identidad negándose a defender las ideas que le dieron vida y que, supuestamente, definen su ideología. Así ni unos ni otros alcanzarán por sí, salvo alianzas por las que hay que pagar un alto precio, el gobierno de la nación. Y esto sucede en unos momentos de recesión económica y con un desafío brutal de los independentistas catalanes al Estado. España no está mal, está peor, y ocultarlo contribuye a que no se diagnostiquen los problemas que nos aquejan y se planteen las soluciones que corregirían el rumbo de la nación. Veremos el 10 de noviembre si no volvemos a estar donde estábamos.