La situación en Cataluña, más allá del plano político, está poniendo al descubierto una mafia que desviaba dinero público para sus fines separatistas, que adoctrinaba -y adoctrina- a los niños en las escuelas, o señala a sus padres si son de la Guardia Civil, por ejemplo, y toda clase de prácticas solo propias de sectarios sin escrúpulos.
A lo dicho hay que añadir, sin ánimo exhaustivo, comportamientos como el de Christian Fernández, dirigente de Podemos en Cataluña y miembro de la Comisión de Garantías, que compartió en su perfil de twitter una imagen de dos copas en señal de brindis junto a la información de la muerte del fiscal general del Estado, es decir, se alegra de la muerte ajena y lo celebra. Borró el tuit, el cobarde, y le tachó de “represor”, él, que pertenece a una organización silente de los crímenes de Venezuela. Pero el aquelarre llega a que Marta Rovira, alta dirigente del PDeCAT, se atreva a decir, y sigue en libertad, que el Gobierno amenazó con provocar una matanza de ciudadanos.
Hay que sumar, y no es baladí, los cobros de comisiones del 3 por ciento, y más, de la antigua Convergencia -hoy PDeCAT-, la fortuna amasada por el clan de los Pujol y hobbys como el de borrar de una foto del Gobierno catalán al ex consejero Vila, algo ya sabido del estalinismo y ahora reeditado en versión 2.0. Más la constante vulneración de todo el orden jurídico español, con la Constitución a la cabeza, si estorba a sus propósitos; la indecente manipulación informativa de TV3; pintadas ofensivas en casa del juez de Barcelona que investiga el 1-0, Juan Antonio Ramírez Sunyer; o el ataque directo a una casa de la fiscal jefe de Barcelona, Ana María Magaldi; los cientos de inventos de heridos el día del falso referéndum; las agresiones sufridas por policías y guardias civiles; o la puesta al servicio de la causa separatista de la policía autonómica. Qué decir también de la inmoralidad, por no seguir con esta interminable lista de delitos, de Nuria de Gispert, ex presidenta del Parlamento catalán, que en twitter señala el colegio en el que estudia la hija de Albert Rivera. Deleznable.
No caben dudas acerca de la catadura moral de muchos de estos individuos, constituidos en una auténtica mafia parasitaria de la Generalidad y ésta del Estado. Y todo generado desde el Gobierno catalán, tanto desde el presidido por Más como por el de Puigdemont, y de asociaciones como Omnium (Odium, habría que decir) Cultural o la ANC.
No son todos, claro, pero se trata de gentes, por no utilizar el calificativo que más les cuadra, que ni son pacíficos, ni democráticos, solo delincuentes vulgares. Pero ahí están, en libertad, excepto un puñadito. Para que no se diga.