La importancia de la cita electoral en la Comunidad de Madrid el próximo 4-M radica en que es la primera vez que van a tener los madrileños la oportunidad de confrontar las opciones constitucionalistas con las de la extrema izquierda de PSOE y Podemos en plena pandemia y el significado que ésta puede tener en las urnas. En Cataluña, también se han celebrado elecciones y la suerte de los partidos democráticos ha sido bajísima frente a los golpistas de la independencia, e incluso su compañero de viaje, el PSOE, no ha dado la talla para permitirle abrigar esperanzas de gobierno.
Los sucesos de Vallecas, en los que terroristas urbanos se enfrentaron con palos y piedras a los seguidores de Vox que pretendían ejercer su derecho democrático a expresarse en la Plaza de la Constitución -que los comunistas llaman Plaza Roja- dan buena cuenta, sin necesidad de muchas descripciones, del salvajismo de estos nuevos bárbaros y el extremo peligro que vienen representando para España, único país de la UE en el que se sientan los comunistas en el Consejo de Ministros, gracias a la debilidad electoral del partido dominado por el presidente Sánchez.
Pero en Madrid hay fundadas posibilidades de que el socialcomunismo se estrelle contra la esperanza que representa para muchos madrileños la presidenta en funciones, Isabel Diaz Ayuso, y eso en estos tiempos en los que se usa y abusa del tremendo poder del Estado en beneficio propio es ya mucho. Contener a los amigos del dictador Maduro, a los que defienden la patada en la puerta, a los que atacan la independencia judicial, los que se sientan a almorzar con las cloacas del Estado, emplean recursos públicos para aliviar el estrés del Gobierno en la negligente, si no algo mucho más grave, gestión de la pandemia, de más de cien mil muertos, entre otros muchos argumentos de peso, es una oportunidad que no se debe desaprovechar. Bien es cierto que la cabeza de lista del PP, a sus muchos méritos une también un ideario común a cierta clase de izquierda, su apego al adoctrinamiento LGTBI, la ley del aborto, su oposición al pin parental (que los padres elijan qué educación reciben sus hijos), el silencio ante la ley de memoria histórica y ahora la llamada memoria democrática… Porque hay que recordar que durante mucho tiempo, buena parte del electorado de centroderecha ha votado al principal partido de la oposición porque éste podría hacer de dique contenedor del socialismo y eso sería, se decía, practicar el voto útil. Pero después de tantas mentiras e incumplimientos, y no solo del orden de lo antes dicho -recordemos al ex presidente Rajoy, que prometió bajar los impuestos y lo primero que hizo al llegar al Gobierno (2011-2015, presidencia en funciones y 2016-2018) fue subirlos- a muchos votantes se les han quitado las últimas ganas de votarles. Y es que, precisamente, por lo que antecede, hay otra fuerza política, Vox, que recoge ese descontento, y millones de españoles ya le entregan su papeleta hartos de lo que representa hoy el partido de Casado, en el que milita Diaz Ayuso, porque pudiera parecer que ella pertenece a otra formación distinta.
En cuanto a Ciudadanos, su irrelevancia cada vez es mayor también por sus trampas al electorado y su errático viaje político, ahora de la mano de Sánchez. Lo que queda claro es que identificamos perfectamente a los que tiran las piedras y a quienes las reciben, y también a los que ni se les ocurre pisar las muchas plazas rojas de España. Ahora, los madrileños tienen la palabra para elegir qué color prefieren.