Sería raro que tras las Navidades el número de contagios y de muertes por la pandemia baje, más bien es esperada una tercera ola por la imprudencia de miles de españoles que no respetan las más elementales normas de prevención que aconsejan, no ya el Ministerio de Sanidad, sino el sentido común.
En España, ni los gobernantes -de negligentes para arriba en cuanto a la gestión de la crisis sanitaria y económica- ni los partidos de la oposición quieren enfrentarse con realismo a este terrible virus que está diezmando decenas de miles de vida y arruinando la economía nacional. ¿Por qué? Porque sería tanto como reconocer que una parte importante de la ciudadanía, difícil de cifrar en cuanto a su número, no respeta las leyes y contagia impunemente a su prójimo. Centenares de miles de denuncias han puesto las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado por incumplimientos de normas varias, y esta realidad es solo la parte del iceberg documentada por estos servidores del Estado, ¿cuál no será la que no asoma pero sospechamos?
La adopción de medidas radicales contra la enfermedad supondría el endurecimiento de las sanciones y dictar nuevas normas también más duras -sin necesidad de afectar a la economía- en cuanto al cumplimiento de medidas higiénico-preventivas. Pero esto sería tanto como enfrentarse a los votantes de mañana y nadie quiere ser tan impopular, aunque nos vaya la vida en ello. Es otra forma de populismo seguidista de las peores conductas de la ciudadanía.
Ahora, con el lento inicio de la vacunación, se crea una falsa esperanza y seguridad de que el problema empieza a estar controlado. Nada nos gustaría más, pero la prudencia aconseja esperar a ver los resultados y qué sucede con las mutaciones del virus y otros interrogantes que no tienen respuesta todavía.