Un conflicto bélico como el que vivimos entre Rusia y Ucrania es caldo de cultivo para que los estados saquen de sí mismos lo peor que llevan dentro, no ya los propios países contendientes, que se juegan todo, hasta su supervivencia, sino la vieja Europa, marco geográfico en el que tiene lugar la crisis. Y las tentaciones totalitarias encuentran la manera de aflorar y materializarse. Por ejemplo, la suspensión de las emisiones de los medios prorrusos RT y Sputnik. Se argumenta, claro, que difunden propaganda rusa o fake news, pero ¿alguien niega que no hacen lo mismo los países europeos y Estados Unidos, además del otro contendiente, Ucrania? Pensar otra cosa no sería más que ingenuidad. Los ciudadanos tenemos derecho a saber qué dice el Kremlin, Bruselas, la Casa Blanca, Moncloa y Zelenski, todos. Otra cosa es que en Rusia, el Roskomnadzor, el organismo regulador y censor de la información, lamina cualquier información inconveniente, desde la palabra guerra, que reemplazar por “operación militar especial”, hasta lo que ustedes sean capaces de imaginar.
Es consustancial a la existencia de los estados el funcionamiento a todo gas de sus altavoces, públicos y privados, de propaganda y desinformación, y lo comprobamos de manera real y cotidiana en España. ¿Qué es sino la reforma de la ley de Seguridad Nacional y cuáles son las funciones del Departamento de Seguridad Nacional?, o la ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, también llamada ley mordaza, ¿recordamos la elección por Moncloa de los medios que podían preguntar en las ruedas de prensa del presidente durante la pandemia?, ¿o la confesión de un general de la Guardia Civil, inmediatamente después ascendido a jefe del Estado Mayor del Cuerpo, de que sus hombres procuraban rebajar el “estrés” informativo del Gobierno en las redes sociales?, ¿y las censuras diarias de estas redes a los textos que les parecen inconvenientes, por ejemplo los de Dignidad y Justicia contra los etarras?, ¿seguimos? Pero la propia UE, ni muchísimo menos, es ajena a las cortapisas a la libertad de expresión, como es el caso del Plan de Acción de la UE contra la Desinformación de 2018, y la batería de recomendaciones sesgadas sobre información durante la reciente pandemia. También podrían añadirse las denuncias del propio Consejo de Europa sobre violaciones de derechos y libertades en países europeos, o las denuncias de Amnistía Internacional y otras organizaciones. ¿Y qué decir de los Estados Unidos y la cancelación de las cuentas del expresidente Trump en las redes sociales?, o los casos denunciados por Snowden y Assange, por repugnantes que nos parezcan estos personajes, y un largo etcétera.
Se dirá que no es lo mismo, que no cabe comparar los países europeos en general con el régimen ruso. Conceptualmente los ataques a la libertad son lo mismo, varían el grado y el alcance de estos. Las libertades se respetan o no, aunque unos lleguen más lejos en sus violaciones. En conclusión, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Lo último, conocido, es que medios españoles (EFE y RNE) y de otros países (BBC, CNN, ABC, ZDF…, por ejemplo) suspenden su presencia en Rusia con el pretexto de que las últimas medidas legales de la Federación Rusa impiden el libre ejercicio de la profesión, lo que es verdad, pero también se impide por la vía de la violencia en Siria y otras dictaduras, y en cualquier guerra, y los periodistas y reporteros gráficos están allí jugándose la vida, como es su obligación. Pero en el caso de Rusia, los estados europeos y las grandes empresas del continente han tomado partido hasta mancharse y denigran al enemigo, Rusia, practicando ellos lo mismo que dicen condenar. La víctima no es otra que la libertad, la de expresión y otras, allí y aquí. Solo los medios y las personas independientes se atreven hoy a señalar a derecha e izquierda, sin importarles el alud informativo en su contra.
La BBC ha desafiado al Kremlin rescatando sus legendarias emisiones en onda corta, lo que nos parece muy bien para burlar el telón de acero que el régimen ha construido sobre el conflicto. Lo que no nos parece tan bien, es más, nos parece un atentado a las libertades es que se prohíban las emisiones de los medios prorrusos antes citados. Somos mayores de edad y el Estado, ni la UE, son nadie para decirnos qué debemos ver, escuchar o leer, eso es impropio de estados democráticos. Por eso, a menudo se comenta que la verdad es la primera víctima de una guerra, como ha recordado Tim Davie, director ejecutivo de la cadena pública del Reino Unido, quien añade que “en un conflicto donde abundan la desinformación y la propaganda, hay una clara necesidad de informaciones factuales y noticias independientes en las que la gente pueda creer”. Claro, que la cadena ha sido acusada por Marí Zakharova, portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, de “terrorismo informativo” y de “crear una histeria alrededor de lo que está ocurriendo en Ucrania”. Es la otra guerra, la informativa.