La situación vivida hace escasas fechas en Saint-Denis, en las afueras de París, apenas a diez kilómetros al norte de la capital, con motivo de la final de la Champions, ha causado un gran bochorno nacional en Francia y la indignación de los miles de aficionados españoles e ingleses agredidos y atracados por miles de jóvenes delincuentes norteafricanos, mayoritariamente musulmanes.
Algunas almas cándidas dicen que estos episodios se están utilizando por la extrema derecha para criminalizar a la inmigración musulmana, como si esperaran que sirvieran para lo contrario, algo así como una beatificación urbi et orbi. Antes que reconocer la realidad, cualquier explicación es posible.
Algunos detalles ya apuntaban lo que ocurriría. El metro estaba cerrado por una huelga y las empresas de alquiler de vehículos se negaban a entregar vehículos por el riesgo de destrozos en los mismos y, claro, los taxistas normalmente no llevan a los pasajeros hasta el barrio. Por algo será, se preguntaban muchos aficionados al futbol. El caso es que hubo miles de casos de robos, acoso sexual, agresiones, ataques de nervios… Eso sí, el Real Madrid ganó con un gol de Vinicius y el equipo se alzó con la decimocuarta Champions. Pero muchos no volvieron a España o al Reino Unido iguales, sino espantados del altísimo nivel de delincuencia en la banlieu francesa. Y todo ante la pasividad policial que, para no “provocar”, no intervino ante esta enorme ofensiva de los delincuentes, y eso es, precisamente, lo que sostienen muchos representantes de la izquierda exquisita, que la represión no es la solución. Naturalmente, no es la solución, es una de las soluciones, cuando se comete un delito lo que espera el ciudadano que paga sus impuestos es que la Policía le defienda y aprese al criminal y lo ponga en manos de la Justicia. Casualidades, en Saint-Denis ganó las últimas elecciones presidenciales el candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon.
Pero lo vivido en torno al Stade de France no es más que otro aviso -durante años se han repetido estallidos de violencia generalizada en la periferia parisina protagonizados por jóvenes musulmanes- de los peligros reales de la inmigración no integrada social y culturalmente en la República francesa, con territorios en los que no rige el imperio de la ley. Un ejemplo de un hábitat fuera de control es este departamento 93 en el que no hay autoridad del Estado, y a esta cuadrícula del mapa y para no asustar se le llama “zona sensible”.
Decenas de franceses de segunda o tercera generación han convertido en un ghetto sus barrios y es que las nuevas generaciones están menos integradas que las anteriores, que las de sus abuelos o sus mismos padres, y forman parte de bandas criminales que suplen los puestos de trabajo que ni tienen ni buscan.
Las autoridades francesas ahora se plantean qué hacer a dos años de los Juegos Olímpicos de 2024. En España, podríamos pensárnoslo también, aunque no tengamos los Juegos por delante pero sí el Estrecho de Gibraltar.