Gobiernos, medios de comunicación y otras instancias ocupadas en acusar a quienes disienten de propagar fake news, quieren ahora convertir la humillante huida de Afganistán en una proeza legendaria. Y es que son unos caraduras, entre otras cosas. No solo se ha traicionado a buena parte de los que colaboraron con las tropas aliadas en el país asiático, abandonándolos a su segura muerte, sino que al primer coche bomba salieron corriendo, y los norteamericanos solo unos días después. Pero las tropas siempre son mejores que los políticos que las mandan, tienen un código de honor de los que carecen quienes aparecen en televisión para ponerse las medallas que han ganado quienes visten de uniforme. Pero esto no es nuevo, ya lo sabíamos. Los soldados y policías españoles, por ejemplo, han quedado incomparablemente mejor que el presidente del Gobierno, que no se dignó abandonar sus inmerecidas vacaciones en La Mareta para estar al frente de los acontecimientos. Nuestro homenaje desde estas páginas a estos soldados y policías que representan lo mejor de los valores humanos y profesionales de España.
Respecto a la ONU, no se la ha oído ni antes ni después de ese vergonzoso 15 de agosto en el que los talibanes entraron en Kabul, quizá mejor así, para las inanes palabras que suele inyectar en la opinión pública nos las ahorramos. Ahora sí, ahora ya canta la “tragedia humanitaria”, su especialidad, especie de mantra inacabable para mover los corazones de la Humanidad desviándolos de las causas de tantos errores y horrores propios.
De la UE lo mejor que puede decirse es que no ha existido, y muchos sentimos vergüenza de que un español como José Borrell esté al frente de la acción exterior de este organismo supranacional que no ha sabido responder ni a una sola de las crisis que se le han presentado -ni el terrorismo yihadista, ni los refugiados sirios en 2015, ni la pandemia, ni esta-. Quizá Borrell, ocupado en blanquear al dictador Maduro, no tuvo tiempo para este nuevo frente del que sí había avisado con antelación, por ejemplo, el embajador español Gabriel Ferrán Carrión, y que fue cesado, claro, aunque después le choque la mano el presidente del Gobierno en suelo español. Por cierto, que Sánchez no ha pisado Afganistán y no estuvo con sus hombres y mujeres en Badghis, la provincia afgana que teníamos a nuestro cargo.
Bueno, la lista de los desertores de sus responsabilidades es larga, pero hay uno especial, el Papa, que tampoco ha dicho ni pío, aunque ahora, como la ONU, pondrá cara compungida a ver si nos conmueve un poquito. No se le ha escuchado ni una sola condena de la barbarie talibana que con Alá por delante en sus bocas ahorca a quienes se les cruzan en el camino. Su silencio cobarde quizá se deba a sus discos favoritos, el diálogo de civilizaciones o la tolerancia interreligiosa, que también deben amparar, según él, los crímenes contra la Humanidad.
Por otra parte, los jerarcas tramposos de las multinacionales tecnológicas no se han atrevido a cerrar ninguna cuenta de Twitter, Facebook, Instagram… a los terroristas afganos, a Trump sí. Como para tener dudas sobre su moral.
Pero quizá lo más hiriente para los demócratas del mundo occidental es que ningún presidente del Gobierno de los países que han estado presentes en Afganistán se haya atrevido a comparecer ante su pueblo a pedir perdón por la improvisación, la negligencia, la traición a sus colaboradores que se quedaron en tierra… Ni lo esperábamos. Pasan página con la cabeza baja ocultando su deshonor.