Los negacionistas, desde su ingenuidad, e involuntariamente la mayor parte de ellos, le están prestando un inestimable servicio a este Gobierno de extrema izquierda con sus absurdos y anticientíficos planteamientos sobre la pandemia. Si a esto le sumamos la posición antivacuna de muchos que contribuyen, además, a la difusión del virus, que casi ha alcanzado la cifra de 100.000 víctimas en España, pues parece que le prestan un gran favor al ineficiente gobierno que sufrimos.
No basta con que uno crea que tiene la razón, ha de contrastar su creencia con los estudios disponibles, si tiene elementos de juicio para ello, y después, con todas las precauciones del mundo, hacerse una idea del momento en que vivimos. Eso de expurgar aquí y allá argumentos a favor de una opinión previa, es pensamiento mágico, sino fraude o algo peor. Esto nada tiene que ver con la responsabilidad del Gobierno y sus cómplices en la gestión de la pandemia, que ha sido llevada a los tribunales por las supuestas implicaciones de todo orden que pueden significar. Que el Gobierno sea responsable de muchos de los fallecidos en esta crisis, por su mal hacer, imprevisión, criterios partidistas, opacidad y un largo etcétera de motivos, en la gestión del coronavirus, no eleva a los altares a los negacionistas, todo los contrario, los separa del grueso de los ciudadanos, que deben asistirse de movimientos e informaciones con base racional y no dispersar sus esfuerzos contra los molinos de viento que estos iluminados creen ver y que desplazan el foco del verdadero problema. Naturalmente, estos negacionistas no lo saben, o la mayoría no sabe la importancia de distinguir emociones y razones. No es más sensato el que más desbarra y plantea las hipótesis más inverosímiles, sino el más informado y el que actúa en base a la información más ampliamente compartida por la comunidad científica.