Las distintas factorías de desinformación y adoctrinamiento acaban de sacar al mercado de la opinión pública una expresión novedosa en su cruzada contra el hombre, violencia vicaria. No es que el término vicario no esté en el DRAE y se desconozca su significado – persona que sustituye a otra en determinados asuntos o funciones- sino que ahora se emplea ya de forma espuria, fuera de su significado reconocido. No es nada nuevo bajo el sol del feminismo extremista y de sus cómplices, que culpan al hombre de todos los males sin juicio previo y sin la presunción de inocencia propia de un Estado democrático.
El terrible crimen de las dos niñas de Tenerife -solo ha aparecido una a la hora de escribir estas líneas por lo que, en principio, cabe la posibilidad de que su hermana esté viva, ojalá- presuntamente por su padre ha desatado una tormenta de declaraciones más que justificadas en personas de buena voluntad afectadas por unos hechos de tanta desgracia personal. Si se confirma la autoría, ese repugnante asesino no puede más que merecer todo el oprobio público que seamos capaces de concebir.
Naturalmente, al ser humano le asquea el asesinato y la violencia, pero venga de donde venga, la ejerza un hombre o una mujer, y aquí entran ya en juego la extrema izquierda, parte de la izquierda y el feminismo más militante, que callan, condenando hipócritamente solo una violencia, la del hombre contra la mujer, y cuando es esta la que se mancha las manos de sangre guarda un silencio ominoso y cómplice. Y resulta que los medios de comunicación también se convierten en demasiados casos, no en todos, claro, en aliados de estos sectarios y demagogos que solo buscan proteger sus intereses económicos a la sombra de las asociaciones que han establecido para su medro personal. Son 29 los niños que han sido asesinados por sus padres (varones) desde 2013 -año a partir del cual se dispone de datos- frente a los 85 que perdieron sus vidas por sus madres, según ha tenido la valentía de difundir el periodista y jefe de opinión del diario El Mundo, Jorge Bustos, basándose en cifras oficiales, y con estas en la mano pues al menos en 23 casos el móvil fue vengarse de sus parejas, lo que no han puesto de manifiesto en estos días de zozobra los perseguidores del hombre. ¿Merecen menos condena penal y social las madres asesinas?, nos preguntamos.
Hay quien ya ha saltado al ruedo para exigir que se deje de llamar padres a los que son asesinos, lo que nos parece muy bien si se procede de igual modo con las madres asesinas, ¿o no reconoce nuestra Constitución la igualdad del hombre y la mujer sin distinción de sexos?
La politización infame de las tragedias personales que practica la ministra Irene Montero no solo dice mucho de su concepción y prácticas políticas sino de su condición personal. Con el cadáver de una de las hijas recién rescatado, la ministra de Desigualdad se atrevió arremeter contra “la Justicia patriarcal” y reivindicar el comportamiento de la delincuente Juana Rivas, como si esta fuera una víctima inocente y no una secuestradora de sus hijos, impidiendo así que su padre pudiera estar con ellos, como han puesto de manifiesto el Juzgado de lo Penal 1 de Granada y el propio Tribunal Supremo. Gracias a esa “justicia patriarcal” se le rebajó la condena a Rivas, pero gracias a la misma ya está en prisión y, en principio, y si el Gobierno socialcomunista no la indulta, por dos años y medio. A Rivas también se le ha impuesto una inhabilitación especial durante seis años para ejercer la patria potestad, dado el peligro que representa para sus hijos.
La presunción de inocencia es una conquista de la civilización occidental -patriarcal, diría la izquierdista reaccionaria Montero, pareja de quien quería azotar hasta que sangrase a la periodista Mariló, y también Montero- contra la que lucha ofuscada la ministra, empeñada así en socavar el Estado de derecho español para instaurar un régimen lo más parecido posible al de su querida Venezuela donde ni por asomo se respetan los derechos humanos. Qué peligro.