Sea cual sea el final de la guerra desencadenada el jueves de la pasada semana -pero que con sus altibajos lleva meses a la vista de los ciudadanos-, el PP queda profundamente herido ante su electorado, que abomina de las luchas intestinas que nada le aportan y que hasta le avergüenzan. El gran beneficiado es, sin duda, Vox, por su relativa cercanía política, al menos en teoría porque, en la práctica, podríamos encontrar numerosas posiciones muy distintas entre uno y otro partido.
Isabel Díaz Ayuso no pudo aguantar más el cerco de la dirección nacional de su partido y reventó denunciando el acoso y derribo al que ha sido sometida por Casado y su guardaespaldas político, Teodoro García Egea. El domingo anterior fue este último el que compareció para dar cuenta de unos resultados en Castilla y León que no eran los que Casado necesitaba para su relanzamiento, pero el mismo jueves también estuvo desaparecido Casado mientras el alcalde de Madrid, José Luis Almeida, la misma Díaz y el secretario general García comparecían. La valentía política, desde luego, no es una virtud que adorne al todavía presidente del PP.
Las imágenes de miles de afiliados del partido pidiendo la dimisión de Casado en la calle Génova de Madrid no se borrarán de la memoria de los españoles en bastante tiempo. Muchos méritos tendrá que hacer el PP para remontar desde este vertedero político a cotas de respetabilidad normales. Dentro y fuera del partido se quiere y hasta se grita la dimisión de Casado. Aunque él no lo sepa ya está políticamente muerto. Ha demostrado una y mil veces que no sirve como candidato a suceder a Sánchez -y mira que lo tendría fácil si fuera otro, dado el sujeto que habita en la Moncloa- pero, además, ha elegido medios de la guerra política reprobables antes que la aceptación de la realidad, demostrando lo que es capaz para tapar a los que sobresalen más que él, aunque sean de su propio partido. Su atrincheramiento solo prolongará su agonía y causará más estragos en su propio partido, lo que revela su falta de generosidad y nobleza políticas. La auctoritas siempre le faltó al que dijo que venía a regenerar el partido. Solo le apuntala Sánchez, porque le conviene más que Ayuso, o cualquier otro ante el que podría perder electoralmente. Pero a este PSOE de Sánchez, tan empeñado en un cordón de aislamiento en torno a Vox, cabría preguntarle si no sería muchísimo más ético acordonar a los golpistas catalanes y a los herederos de la banda asesina ETA con los que pacta. Que se sepa, Vox ni ha dado golpe de Estado alguno ni ha matado a nadie. Otros no pueden decir lo mismo. Pero, en fin, Sánchez también ha encontrado el mantra de la corrupción en esta crisis del PP y ya nadie se lo quitará de la boca. El último servicio de Casado. La urgencia de una gestora hasta un Congreso extraordinario del partido es la única salida digna de la formación del centro derecha español. Todos nos jugamos mucho.