Algunos políticos son capaces de caer muy bajo. Ya no se trata de que el representante del PNV se niegue a estrechar la mano de uno de sus adversarios electorales, Vox, o el común uso que se hace por todos los partidos de la demagogia para parecer lo que no son y desacreditar al contrario, es que también hay quien acude a un debate, como es el caso de Sabela Rodríguez -una de las dirigentes de Rebeldía, las juventudes de Podemos y que fue candidata al Congreso en las elecciones del pasado abril-, en este caso en el Colegio Mayor Moncloa de Madrid, y roba un crucifijo de la sala que le cedió el centro para preparar su intervención. Tan orgullosa estaba de su delito que se jactó públicamente subiendo fotografías a su perfil de Instagram.

Este no es un hecho aislado, recordemos el asalto, también en la Universidad Complutense, de una capilla por un grupo podemita y otras amenazas a centros religiosos -“arderéis como en el treinta seis”, corean-. Pero lo importante es el perfil tumultuario de Podemos -por ejemplo, cuando se unieron al cerco al Congreso de los Diputados por manifestantes antisistema-, o el apoyo a las dictaduras, como la de Venezuela, o la comisión de delitos por algunos de sus miembros, Bódalo, que ingresó en prisión por darle una paliza a un cargo público socialista, o…

Después el líder, Pablo Iglesias -al que, por cierto, se le van yendo sus lugartenientes, como Bescansa o Errejón– pone cara de niño bueno ante las cámaras de televisión y parece que no ha roto un plato. El peligro que representaría para España que tuviera poder solo es igualable al desprestigio en el que caería quien pactara con el mismo, lo que intentó Sánchez, aunque no consumó su osadía. Esperemos que el próximo domingo los españoles sepan distinguir entre candidatos y lo otro.