Con una altísima participación (del 75,75 por ciento, la más alta desde 2004), el PSOE ha logrado alzarse como la fuerza política más votada este pasado domingo 28 de abril con 123 diputados -además, controla el Senado-, el 28,68 por ciento del total de votos válidos. Si este es el dato más destacado de la jornada, el siguiente es el derrumbe sin paliativos del PP, con 66 diputados y el 16,70 por ciento de los votos, de 137 que tenía, ha perdido 3,7 millones de votos. La tercera fuerza es Ciudadanos, que le pisa los talones al PP, que pasa de 32 diputados a 57 (15,85 por ciento), disputándole claramente el liderazgo del centroderecha español. Podemos pierde votos y obtiene 42 diputados (frente a 71 que contaba en las anteriores elecciones), y como quinta fuerza política entra en el Congreso Vox con 24 diputados, el 10,26 por ciento del total, un partido -ellos prefieren el término movimiento- que no tenía representación parlamentaria -salvo en Andalucía, en la última convocatoria- y que pese a su extraordinario resultado ha sorprendido porque se habían magnificado sus expectativas.
No se trata de hacer ahora aquí un análisis exhaustivo de las elecciones del 28-A -habría que referirse a los nacionalistas vascos y catalanes y el mantenimiento o incremento de su fuerza electoral, como en el caso de los filoetarras de Bildu- pero queda claro que se abre un periodo de negociaciones a la espera de las elecciones municipales y europeas del 26 de mayo, antes sería muy arriesgado anunciar alianzas o pactos de gobierno.
Parece claro que Pedro Sánchez ha movilizado al electorado de izquierdas en detrimento de Podemos y agitando la bandera de que viene Vox, que ha tenido a todos los medios de comunicación en contra, ha logrado atraerse una buena parte del electorado tradicional socialista.
En cuanto al PP, ha tenido a su derecha e izquierda, Vox y Cs, dos fuerzas que lo han mermado pero, sobre todo, no ha sido creíble la regeneración que ha predicado Pablo Casado en el breve plazo de tiempo de que ha dispuesto. Ha defraudado tanto el PP y durante tantos años que ahora está gravemente enfermo y su futuro es incierto; por supuesto, asumir las consecuencias de la derrota y dimitir no están en la agenda del presidente y su dirección, por lo que mucho nos tememos que tendremos más de lo mismo en el próximo futuro. Si su autocrítica no está a la altura de su derrota, la próxima puede ser definitiva, como ya sucede en el País Vasco y Cataluña.