El presidente del Gobierno se pone muy digno cuando invoca la unidad de las fuerzas políticas para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, pero ¿unidad de quiénes?, ¿se puede ir a alguna parte con los que amparan la memoria de ETA, los diputados de Bildu con los que el PSOE pactó la contrarreforma laboral?, ¿se puede firmar algún papel con quienes dieron un golpe de Estado en Cataluña y se lucraron con comisiones del 3 por ciento, y más, expoliando a los españoles a la vez que gritaban “España nos roba”?, ¿se puede acordar algo sin temor con Podemos, un partido antisistema, formado por comunistas que aborrecen de esta democracia? Pues esta es la clase de unidad que reclama quien quiere mantenerse en el poder pese a la nefasta gestión de la pandemia con unos 50.000 muertos -ni la cifra real se nos ofrece- y un dejar hacer a los enemigos de los españoles que asusta. Claro, así se entiende el pésame de Sánchez por el suicidio de un etarra en prisión, para ablandar a los chicos que ayer vitoreaban a los asesinos del norte.

El camino emprendido por Inés Arrimadas es más peligroso que el que transitó Rivera, que lo hizo tan mal que se ha quitado de en medio, eso sí, dejando el partido reducido a una decena de diputados desde el medio centenar con el que contaba. Arrimadas se entrega a los brazos de quien ya la pasada semana la ninguneaba en la sesión de control al Gobierno en el Congreso y mañana la despeñará desde las cimas del poder. En cuanto al pobre Casado,  renegado de la regeneración, levanta la voz y no le sale. Veremos cómo acaba la operación Kitchen contra Bárcenas al más puro estilo alcantarillas que creíamos que era de otros.