Tal día como hoy del año 710, Don Rodrigo es ungido rey de España.
Su llegada al trono no fue pacífica. La muerte de Witiza, su predecesor, desencadenó una lucha intestina por el poder. Los contendientes eran los familiares directos de Witiza y los seguidores del Duque de la Bética, que era el propio Don Rodrigo. El apoyo de buena parte de la nobleza y el clero decantó la balanza. Una vez en el poder, su reinado siguió tal y como había comenzado. La insumisión de los vascones en el norte de la península y las continuas tensiones con facciones rivales, fundamentalmente los hijos de Witiza, debilitaban su frágil posición.
Mientras tanto, los líderes árabes del norte de África se posicionaban para penetrar en la Hispania visigoda, gracias a la información de Don Julián, gobernador de la plaza de Ceuta, y partidario de los «witizianos», que ambicionaban de nuevo el poder.
A partir de este punto, se mezclan realidad, leyenda, mitos y traiciones. Lo cierto es que, dieciséis meses después de acceder al trono, Tariq y Muza cruzaron el Estrecho hasta Gibraltar con miles de hombres, y asestaron el golpe definitivo a la famélica monarquía visigoda. La invasión musulmana era un hecho.
El punto exacto donde se desataron las hostilidades, conocido como la batalla de Guadalete, se desconoce. Algunos autores hablan del oeste de Algeciras; otros de las afueras de Medina Sidonia o Arcos de la Frontera.
Para la historiografía, el destino final de Don Rodrigo sigue siendo un misterio. Hallaron el caballo del monarca cubierto de flechas, pero no su cadáver. Unos dicen que murió ahogado, otros en el fragor de la batalla. Da igual. Lo cierto es que la traición y las ansias de poder le hicieron perder su vida, su trono, y lo que fue peor, la patria.