Lo que mal empieza, mal acaba. Del 14 de abril de 1931, día del advenimiento de la II República, al día que cientos de iglesias y conventos ardieron en España, no había pasado ni un mes. Los cinco años siguientes tuvieron en la agitación política el denominador común. El comienzo de la Guerra Civil fue el punto y final de una II República fracasada y desprestigiada a nivel internacional.
Así pues, tal día como hoy de 1931, cientos de iglesias, conventos y centros religiosos fueron atacados e incendiados por hordas afines a la extrema izquierda. Las zonas más afectadas fueron principalmente la mitad sur de la península, siendo la ciudad de Málaga una de las grandes damnificadas, donde decenas de iglesias fueron quemadas y muchas de las imágenes de la Semana Santa se perdieron para siempre.
En plena reunión de un Consejo de Ministros saltó la noticia de que estaba en llamas el convento de calle Isabel la Católica en Madrid. Fue el primero de una oleada. Por la tarde, el Gobierno, que se había negado a utilizar a la Guardia Civil para dispersar, tuvo de declarar el estado de guerra y recurrió al ejército para restablecer el orden. En el sur de España la oleada de atentados duró tres días, destruyendo un patrimonio artístico de incalculable valor. El furor iconoclasta se había disparado.
La izquierda más radical y anticlerical justificó los ataques. Para ellos la República debía laminar antiguas tradiciones y socavar la autoridad eclesiástica. Detestaban tanto a los católicos practicantes como a los republicanos moderados.
Igualmente, la derecha, en especial los monárquicos, aprovecharon para desprestigiar al gobierno republicano por su indecisión y vacilación en el control del orden público. Lo acusaba de no cumplir la ley ni hacerla cumplir. La mecha guerracivilista se había encendido.