Tal día como hoy de 1571, el explorador Miguel López de Legazpi, un español nacido en las vascongadas, conquistaba para la corona española el enclave de Manila (Filipinas).
En 1563 el Virrey de Nueva España, Luis de Velasco, le había designado para liderar la expedición que iba a partir a la conquista de unas islas, descubiertas por Magallanes y Elcano, y a las que el malagueño Ruy López de Villalobos había dado el nombre de Filipinas en honor a Felipe II, hijo del emperador Carlos.
España ponía pie fijo en Asia, al olor del lucrativo negocio de las especias. Un puñado de valerosos soldados de fe católica conseguían que el sol no se pusiera en el imperio español. La hazaña es incomprensible a ojos de hoy. Después de una travesía naval de inusitada dureza, y solo con una fuerza de 280 hombres, eso sí, hechos de otra pasta, conseguían apoderarse de un enclave musulmán situado al norte de la isla de Luzón. Aquel lugar, utilizado como nudo comercial, era conocido como Maynilad (Manila). A pesar de ser defendido con ferocidad por miles de tagalos, cayó en manos españolas, inferiores en número pero superiores en táctica militar. A partir de esa primera victoria, la estrategia del veterano Legazpi, que contaba con más de 60 años, fue la de evitar por todos los medios, el derramamiento de sangre. Su pretensión fue someter al pueblo de las islas utilizando a los religiosos, cosa que funcionó y evitó así gastos militares y muertes innecesarias.
Tres años más tarde, se otorgaba a Manila el rango de ciudad, y poco después puerto de partida del galeón de Manila con destino a Acapulco. A la isla de Luzón, se le llamó Nuevo Reino de Castilla.
López de Legazpi sería nombrado Gobernador y Capitán general de las islas del Poniente y el primer Adelantado de las Filipinas. Frailes agustinos, franciscanos y dominicos comenzaron a predicar el cristianismo, y en pocos meses la mayoría tagala abrazaba el mensaje de Cristo. Hoy, Filipinas es punto de encuentro del catolicismo en el extremo oriente.
Hasta la fatídica fecha de 1898, Manila se convirtió en baluarte y joya del imperio español en Asia y el Pacífico.