Tal día como hoy de 1725, veía la luz en Venecia Giacomo Casanova. Sus oficios y ocupaciones fueron múltiples y variados, entre otros, secretario, diplomático, seminarista, soldado, matemático, predicador, masón, alquimista, músico, jugador, director de loterías en Francia, espía, escritor, filósofo, y sobre todo, un libertino aventurero que ha pasado a la historia como el arquetipo de rompecorazones y seductor impenitente de mujeres de toda clase de condición social.
En el caso de Casanova, la realidad superaba a la ficción, pues su vida parece sacada de una novela.
Se pasó media vida viajando, por no decir huyendo, por los problemas aparejados a su conducta, tildada de escandalosa e intrigante, cosa que le costó llevar sus huesos a una cárcel veneciana (1755) por impío. En una acción rocambolesca escapó de la misma y huyó en góndola.
No obstante, su magnetismo personal, probablemente heredado de sus padres, ambos comediantes, le hizo acreedor de conocer a las grandes personalidades de la época, por ejemplo, Mozart, Benjamin Franklin, el Papa Clemente XIII, el rey prusiano Federico el Grande, la Zarina Catalina la Grande, Madame Pompadour o el propio Voltaire.
Su gran cultura, carisma y una vida repleta de aventuras y anécdotas, quedó plasmada en su libro autobiográfico «Historia de mi vida», que escribió después de cumplir los 60 años, se publicó póstumamente y ha adquirido con el tiempo gran valor histórico. Según cuenta en el mismo, sedujo a 132 mujeres. Bien parecido, tuvo a su merced a las más bellas mujeres de Europa y era admirado por los hombres debido a su aureola de ingenio, y al conocimiento que tenía sobre la alquimia y esoterismo.
Tres siglos después de su nacimiento, su apellido se sigue utilizando para referirnos a aquellos conquistadores, que disfrutan la vida yendo de flor en flor y son encantadores con las mujeres.