Tal día como hoy de 1862, el Congreso de los EEUU, con Abraham Lincoln de Presidente, promulga la Homestead Act (Ley de Asentamientos Rurales), por la cual toda cabeza de familia mayor de 21 años, tendrá la oportunidad de comprar a buen precio 160 acres (unas 65 hectáreas de terreno) en el oeste del país. Debían vivir en esas tierras durante cinco años y al mismo tiempo explotarlas.
La compra de Luisiana y el sur de Arizona por parte del gobierno federal hizo impulsar aquella ley.
No se necesitaba ser ciudadano, solo haber entrado legalmente en el país, pagar una pequeña tasa de registro y ocupar el terreno durante el tiempo requerido. La ley sirvió para que esclavos liberados, fugitivos, emigrantes y veteranos de la Guerra Civil, muchos de ellos originarios de las industrializadas ciudades del este, tuvieran opción a tener una nueva vida.
Entre 1862 y 1934, el gobierno federal otorgó 1,6 millones de granjas y distribuyó 270.000.000 de acres de tierras federales para propiedad privada. Un total del 10% de toda la tierra en los Estados Unidos.
La toma de estos territorios por los colonos convertirá a este periodo de tiempo en una de las patas en las que se asienta la idiosincrasia del pueblo de los Estados Unidos de América. Familias enteras, europeos recién llegados a América, hombres y mujeres y niños de toda índole, hicieron el camino del este a más allá del río Mississippi, para con su esfuerzo y trabajo asentarse para siempre en el oeste de los Estados Unidos.
La narrativa sobre las excepcionales circunstancias de cómo llegaron a aquellas tierras dio lugar a encuentros, desencuentros, autodefensa, momentos legendarios y épica popular. Sus historias, más o menos noveladas, se vieron reflejadas en la literatura y el cine, exportadas convenientemente al mundo a través de Hollywood.