Tal día como hoy de 1918, el aviador de guerra alemán Manfred Von Richthofen era abatido cerca del río Somme, al norte de Francia, en el transcurso de la I Guerra Mundial. De origen aristocrático, es conocido universalmente como el «Barón Rojo».

Se había convertido en un aviador legendario y único. Iba de récord en récord: confirmados abatió a 80 aviones cuando la media era de cuatro a ocho derribos. Estuvo surcando los cielos año y medio, cuando la esperanza de vida de un piloto de caza en aquella época era poco más de dos semanas. «La suerte es para los audaces», debieron pensar sus altos mandos cuando le ordenaban una misión.

Intrépido, cruel, valiente, ególatra y jactancioso eran atributos de una personalidad que lo llevaron al éxito pero también a la muerte. Temido y admirado a partes iguales, era un depredador del aire. «Soy un cazador por naturaleza”, escribió de él mismo el propio «Barón Rojo». De tal modo, el capitán Middelton, del 40 escuadrón de la RAF británica expresó con total sinceridad «es una suerte que esté muerto”.

Con solo 23 años, y después de demostrar su valía en el aire, recibió el mando de la escuadrilla «Jasta 11″, que causó estragos en los cielos europeos.

Pintó de rojo su avión para causar pavor en los enemigos, siendo consciente que también se convertía en blanco fácil. «Le diable rouge” (el diablo rojo), le llamaban con temor los franceses.

Un error fatal de principiante, atribuido a las secuelas de un accidente previo que había tenido, hizo que de manera incomprensible y sin la cautela que le caracterizaba, se adentrara solo y a baja altura en las líneas enemigas con fuerte presencia de artillería. Un disparo furtivo lo abatió. La fama le precedía, y muchos quisieron atribuirse el derribo del piloto de combate más famoso y temido de todos los tiempos. Moría un soldado y nacía un mito.