Tal día como hoy de 1955, el primer ministro inglés Winston Churchill anunciaba su renuncia al cargo. Graves problemas de salud, derivados de la edad y un ataque de apoplejía, fueron el motivo de su decisión.

Genio y figura, no podía vivir retirado de la política y siguió siendo diputado hasta 1964. Un año después, uno de los políticos más importantes del siglo XX fallecía en Londres. Fue enterrado con honores de Estado.

El guía y líder de los británicos en la II Guerra Mundial, había perdido el poder al terminar la contienda. A veces, las elecciones las carga el diablo. Todavía es difícil comprender cómo el político que sacó a Inglaterra de las tinieblas de Dunkerque hasta la victoria final, perdía ante el laborista Clement Attlee las elecciones de julio del 45. Analizando aquel escenario, un Churchill crecido hizo una campaña electoral nefasta, llegando a comparar a los laboristas con la Gestapo. El electorado se lo cobró.

Como león enjaulado, y resistiendo el paso del tiempo, el segundo mandato de Churchill, desde 1951 hasta la su dimisión en 1955, es para gran parte del público, un mandato desconocido y olvidado. Máximo responsable de los tories, ganó las elecciones de manera exigua. Esta vez alcanzó de nuevo el poder tocando la fibra de la clase media, perjudicada por las políticas laboristas, la inflación y el racionamiento.

En contraposición con la juventud de la reina Isabel II, Winston Churchill evidenciaba un importante deterioro físico, sobre todo a partir de 1953. Ese año, tuvo el reconocimiento de la Academia Sueca, y le fue concedido el premio Nobel de Literatura “por su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”.