Tal día como hoy de 1994, comenzó en tierras ruandesas uno de los mayores exterminios de la historia de la humanidad. No es fácil encontrar un odio y una violencia tan extrema y en tan poco tiempo ante una etnia determinada. En solo tres meses, una ola planificada, metódica y desenfrenada de asesinatos se cobró la vida de casi un millón de personas de la población tutsi. Siete de cada diez tutsis murieron en manos de la hegemónica y numerosa etnia hutu, que además violaron a más de 200.000 mujeres. Un genocidio en toda regla.
Los diferentes rasgos físicos entre ambas grupos, fue determinante a la hora de distinguir a las víctimas. En general, los hutus son de nariz chata, bajos, piel muy negra y labios gruesos, mientras que los tutsi son más altos, de nariz larga y tez más clara.
Los rencores venían heredados de la época colonial.
A los tutsis, un 14% de la población, les fueron otorgados mejores empleos, por considerar que eran más parecidos a los europeos. Mientras que los hutus, mayoría en Ruanda, fueron relegados a tareas más precarias y de menor condición social.
A partir de 1962, año de la independencia de Ruanda, la calma tensa se apodera del país bajo el paraguas de gobiernos hutus. No obstante, los problemas interétnicos se acrecientan de tal manera que rebeldes hutsis forman una guerrilla, el Frente Patriótico Ruandés.
La mecha definitiva se enciende cuando, tal día como hoy, un atentado contra el avión que transporta al presidente ruandés Habyarimana y a su homólogo de Burundi, Ntaryamira, acabó con sus vidas. La primera ministra Agathe Uwiligiyimana es asesinada al día siguiente y se inicia una campaña para matar tutsis e incluso hutus moderados.
La ira es la emoción dominante. En especial, la transmitida por emisora Radio Mil Collines, que se convierte en portavoz oficialista de odio hutu. De manera sistemática se dedica a arengar el asesinato de hutus o cucarachas, como así les llamaban.
Dentro de la orgía de sangre, fueron ejecutados 95.000 niños.