El Cultural - El Manantial - El Sol Digital
El Cultural – El Manantial

El Cultural – El Manantial

Esta semana hemos estado en la filmoteca para ver la película “El Manantial” de King Vidor. Richerdios.

Título original. The Fountainhead

Año. 1949

Duración. 114 min.

País. Estados Unidos

Director. King Vidor

Guion. Ayn Rand (Novela: Ayn Rand)

Música. Max Steiner

Fotografía. Robert Burks (B&W)

Reparto. Gary CooperPatricia NealRaymond MasseyKent SmithRobert Douglas,Henry HullRay CollinsMoroni OlsenJerome Cowan

Productora. Warner Bros. Pictures

Género. Drama | Drama románticoPeriodismoArquitectura

Sinopsis. Howard Roark (Gary Cooper) es un arquitecto vanguardista, ávido de romper con todo lo hecho hasta ahora en los terrenos de la arquitectura. Dominique Francon (Patricia Neal) es una columnista del periódico The Banner de New York que también ama la individualidad y todo lo que libere al hombre de la esclavitud de las ideas. Juntos, pero «separados», iniciarán una guerra contra el mundo de lo convencional.

Notable film de King Vidor. Se rueda en escenarios naturales de California y en los platós de Warner Studios. Producido por Henry Blanke para la Warner, se estrena el 2-VII-1949 (EEUU). La acción dramática tiene lugar en NYC y Connecticut, en 1948-49. Howard Roark (Cooper) es un joven profesional que cree que la arquitectura está abierta a la renovación e innovación y que la repetición de las soluciones de siempre es empobrecedora. Dotado de una gran capacidad creativa, defiende sus ideas y propuestas con firmeza. Prefiere trabajar como picador en una cantera de granito que aceptar componendas y sumisiones a las pautas convencionales. En Connecticut conoce a la rica heredera Dominique Francon (Neal), joven, soltera, caprichosa, voluntariosa y apasionada. Él es joven, honesto, íntegro, individualista, idealista y luchador. El film suma drama y romance. Desarrolla la historia de un profesional que se comporta de modo inflexible ante las presiones personales, profesionales y económicas, encaminadas a obligarle a hacer concesiones a lo convencional, la mediocridad, el inmovilismo, el mal gusto y el capricho de los inversores. Exalta los valores del individualismo y de la lucha personal a favor de la integridad profesional y artística. Critica el colectivismo y sus diferentes formas de manifestarse (gregarismo, moda…) y de imponerse políticamente y socialmente. Ayn Rand (1905-1982), nacida en San Petersburgo, se exilió en EEUU y adquirió la nacionalidad norteamericana. Es la autora del guion de esta película (y de la novela que dio origen a ambos). Está considerada como una de las referencias del pensamiento liberal del siglo XX, sobre todo en su país de acogida, EEUU. En principio, el carácter marcadamente ideológico de su obra no debería presentar mayor inconveniente de no ser porque en este caso la exposición de sus ideas consigue carcomer toda la estructura narrativa. Que una película implique una carga ideológica no la convierte automáticamente en programa político, pero este título carece de la entidad y la sutileza imprescindibles para remontar su carácter doctrinario: en efecto, cada monólogo es un discurso, cada frase una arenga, cada diálogo un manifiesto. Y lo que es peor, el mensaje se repite de manera constante y sin variaciones que justifiquen tanta reiteración. Lo que le endosaron a Vidor, más que un guion, fue un panfleto. Con semejantes cimientos resultaba difícil erigir una obra destacable, más cuando Rand marcó en corto el trabajo del director. Pero lo cierto es que a los defectos (individuales) de la guionista se sobrepusieron los aciertos (colectivos) de un equipo de incuestionable talento que fue capaz de capear el temporal demostrando su valía incluso sobre las carencias argumentales. Entre los intérpretes, Cooper sabe convertir a su estereotipo en un ser de carne y hueso; la prueba es que casi logra convencernos de que su testarudez es integridad, su arrogancia altura de miras y su egoísmo cuestión de principios. Patricia Neal arranca con un registro dubitativo y sobreactuado, pero cobra aplomo a medida que avanza el metraje hasta lograr aguantar el tipo ante sus contrapartidas masculinas. Pero si hay un rey de la función ése es Raymond Massey, soberbio como el cínico mecenas del arquitecto, único papel de cierta enjundia y que se ve ayudado por la mordacidad de sus diálogos para desmarcarse del esquematismo. La dirección de Vidor peca en ocasiones de ese exceso de énfasis a que era tan dado, pero en conjunto resulta brillante: memorable el encuentro en la cantera, en el que la tensión entre la pareja protagonista se plasma en un magistral juego de planos y encuadres en el que Cooper da la réplica a la pose de superioridad de Neal (subrayada por el contrapicado) a golpe de aplomo; y destacable también la despedida final en el despacho del director del periódico con ese plano general que subraya la soledad del que se sabe derrotado. Pero tales logros en lo formal hubieran resultado imposibles sin el concurso de la magistral fotografía de Burks, que convierte cada fotograma en un estudio de luces y contrastes sólidamente apoyado en la eficaz partitura de Steiner. Paradójicamente, el éxito de esta compenetración del equipo responsable de la cinta constituye en sí mismo la refutación de las tesis ideológicas que nos plantea su guionista, y es lo que justifica el visionado de una obra que sobre mejores cimientos podría haber ganado mayor altura y llegar a clásica. Apología extrema del genio individual que se atrinchera en sus ideas ante la incomprensión de la masa «a la que nada debe», el discurso ultra individualista que sostiene Rand en «El manantial» puede resumirse en estas líneas: “Los inventos materiales, comenzando por el uso de la piedra tallada como arma, que condujeron a la domesticación de animales y dieron al hombre fuego artificialmente producido, hasta llegar sucesivamente a los múltiples y asombrosos descubrimientos de nuestros días, permiten reconocer en el individuo al representante de todo este trabajo creador (…) Del mismo modo, el trabajo de elucubración puramente teórico, que escapa a toda medida, pero que sin embargo es condición inherente a la totalidad de los descubrimientos materiales, aparece también como producto exclusivo de un individuo. No es la masa quien inventa, no es la mayoría la que organiza o piensa; siempre es el individuo; es la personalidad la que por doquier se revela”. Aunque el texto nos recuerde vivamente el alegato con el que el arquitecto de “El manantial” se defiende ante el tribunal que le juzga, la autoría de estas líneas no corresponde a Ayn Rand, sino a Adolf Hitler, concretamente a su “Mein Kampf” (“La personalidad y el concepto del estado nación”). Ahí es nada. Y es que Rand, tan liberal ella, tiene algunos compañeros de viaje cuando menos «poco recomendables». En el plano final (por lo demás magnífico) podríamos imaginarnos perfectamente a una Riefenstahl cualquiera ascender a los cielos hacia su führer particular mientras éste la observa desde su elevado altar de supremo guía de la plebe. Claro que podríamos preguntarnos quién acarreaba los sacos de cemento para edificar el altar en cuestión. Así que un poquito de gratitud señores, que parece mentira que a estas alturas todavía haya personas que piensen que los rascacielos (o las películas) son cosa de un solo hombre. La música, de Max Steiner, aporta una inspirada partitura de 29 cortes, entre los que destacan “Título principal”, “Final”, “Ataque al corazón de Cameron”, “Tema de Dominique” y “Celos de Dominique”. Combina fragmentos orquestales solemnes y fragmentos de solos instrumentales (piano). La fotografía, de Robert Burks, ofrece un brillante e imaginativo estilo visual, acorde con los gustos de Vidor, que realza y consolida la fuerza dramática del film. Suma amplias panorámicas, imágenes de excelente composición, desniveles vertiginosos y encuadres de notoria belleza plástica. Buenas interpretaciones, pese al desfase de edad entre Cooper y el personaje que interpreta.

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