Esta semana hemos estado en la filmoteca viendo la película “La Strada” de Federico Fellini. Richerdios.
La Strada
Título original. La Strada
Año. 1954
Duración. 103 min.
País. Italia
Director. Federico Fellini
Guion. Tullio Pinelli, Federico Fellini
Música. Nino Rota
Fotografía Otello Martelli (B&W)
Reparto. Anthony Quinn, Giulietta Masina, Richard Basehart, Aldo Silvani, Marcella Rovere, Livia Venturini
Productora. Ponti de Laurentiis
Género. Drama | Neorrealismo. Teatro
Premios.- 1956: Oscar: Mejor película de habla no inglesa. 2 nominaciones. 1956: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película extranjera. 1956: National Board of Review: Top mejores películas extranjeras. 1955: Premios BAFTA: Nominada a mejor película y actriz extranjera (Masina). 1954: Festival de Venecia: León de Plata (mejor director)
Paradigma del cine neorralista de Fellini, refleja pues el desolador y esperanzador al mismo tiempo periodo de postguerra italiano, donde la cámara del cineasta se adentra en las miserias de una sociedad depauperada, resignada, miserable y desposeída siquiera de un mínimo de dignidad humana que les sirviera de aliento en el decurso vital de una nación golpeada por el infortunio y el desengaño. Donde precisamente aquella miseria generalizada servía de nexo de unión de las conciencias colectivas suficiente para impulsar nuevos bríos en la tradicionalmente alegre península mediterránea. Junto con sus dos obras anteriores e iniciáticas, exponentes del neorralismo felliniano: “Lo sceicco bianco (El jeque blanco)” y “I vitelloni (Los inútiles)”, son las dos películas más accesibles en la filmografía del cineasta de la Romagna, lejos de aquella por momentos maravillosa perspectiva irónica-onírica de su particular universo creativo de obras posteriores. Con una estupenda banda sonora a cargo de Nino Rota, su colaborador habitual en estas lides hasta 1979, fecha de su muerte, con la colaboración póstuma de “Ensayo de orquesta”… aquella maravillosa sintonía que la desgraciada Gelsomina (espléndida Giulietta Masina) tocara con su trompeta, el único instrumento junto con el tambor que aprendiera a tocar durante su periplo por la vetusta Italia de la mano de su protector, el forzudo Zampanò (un no menos soberbio Anthony Quinn). Una bella fotografía en blanco y negro a cargo de Otello Martelli retratando la miseria de un país destruído y abatido, en pleno proceso de reconstrucción, y en mitad de una miseria devastadora… retrato sórdido y realista de un país en descomposición-deconstrucción. Desde los primeros momentos, cuando Zampanò compra a Gelsomina por 10.000 míseras liras, vagando en aquella destartalada motocicleta con chiringuito y carpa detrás incorporados a modo de caravana, con la inscripción de su nombre, una sirena y un búho… durante aquel maravilloso periplo por la Italia de postguerra en espectáculos ambulantes y formando parte de aquella colección de personajes resignados, que combatían a duras penas la miseria y la pobreza con la alegría de la ingenuidad, los más pequeños y con la dura y diaria supervivencia, los mayores. La Masina, la mujer de Fellini, compone una de las interpretaciones más fascinantes en la historia del celuloide, con claras reminiscencias del Chaplin de “La quimera del oro” por mucho que otros la hayan comparado injustamente con la Lina Morgan de “La tonta del Bote” por el histrionismo de sus ademanes. Para Anthony Quinn será junto con “Zorba, el griego” su actuación más convincente y cautivadora. Una verdadera obra maestra.
Gelsomina (Giulietta Masina) que está recogiendo leña en la playa es súbitamente llamada por sus hermanos… Su madre la espera en casa junto a Zampanò (Anthony Quinn) que ha venido con su peculiar motocicleta con chiringuito y carpa detrás a modo de caravana. Zampanó acaba de perder a su antigua ayudante de espectáculo, Rosa, por lo que ha venido a casa de Gelsomina a pedir a su madre si la “vendía” a su hija Gelsomina, una muchacha pazgüata que no sabe hacer nada de nada. Por 10.000 liras Gelsomina pasa a formar parte de su espectáculo ambulante. En dicho espectáculo Zampanò con el torso desnudo se ata fuertemente a su pecho unas cadenas de varios centímetros de grosor e inflando su pecho y con un pañuelo algodonado para evitar la impresión del sanguinolento escarnio a los débiles de corazón, comienza su función. Zampanó provee a Gelsomina con ropas y disfraces adecuadas para la función. Como no sabe hacer nada de nada aprende a tocar el tambor y la trompeta mientras anuncia la llegada de Zampanò. Así, vestida de payaso Gelsomina comienza a meterse en el mundo del espectáculo ambulante, al mismo tiempo que se da cuenta del rudo carácter de su protector, quien en los inicios no para de emborracharse por las tabernas del lugar buscando camorra con cualquier desaprensivo con el que se topara o alternando con las furcias de los alrededores. Girando por el país van siendo testigos de la pobreza que invade todos los sitios. También van a dar con el espectáculo de un antiguo conocido de Zampanò, el volatinero “ Il Matto (El loco o el tonto)” (Richard Basehart), un personaje socarrón que no ceja de burlarse de la rudeza, brutalidad y poca inteligencia de Zampanò y cuyo espectáculo de equilibrista le lleva a comer espaguettis a 140 metros del suelo. Una vez, Gelsomina harta de tanto trato humillante e indecoroso por parte de Zampanò intenta huir pero finalmente es encontrada por Zampanò. Más tarde se unirán a un circo del que también forma parte “Il Matto”. Él y Zampanò seguirán discutiendo hasta el punto de que ambos serán encarcelados por disturbios públicos y posteriormente expulsados del circo. A Gelsomina le propondrán unirse a ellos y abandonar a Zampanò. Pero incluso hasta el propio “Il matto” le aconsejará seguir con Zampanò. Más tarde se volverán a encontrar los tres en un camino solitario y Zampanò matará accidentalemnte de dos puñetazos al bueno de “Il matto”… Gelsomina enloquecerá y Zampanò la abandonará. Pasan los años y Zampanò se entera de que Gelsomina murió sola en la playa mientras tocaba con la trompeta aquella maravillosa sintonía de Nino Rota que “Il matto” le enseñara a tocar en una ocasión. Aquellos que sean débiles de corazón, y que no resistan el escarnio y la sangre humana de la miseria, que se abstengan de ver uno de los mejores retratos de la sórdida melancolía que jamás se nos haya retratado a través de cualquier medio artístico.