Juanma Badenas, catedrático de derecho civil y académico, escribía en El Mundo el 6 de mayo de 2020: “La ONU también ha ido a lo suyo. Nadie sabe cuáles son los criterios que se utilizan para elegir a los representantes de sus diversos organismos, incluida la OMS o a los miembros de los grupos de expertos que elaboran documentos y recomendaciones que terminan formando parte de las políticas – e incluso leyes – de muchos países. La opacidad es completa. Quizás sea conveniente que existan estas instituciones, pero lo cierto es que ni han estado bien dirigidas, ni su gestión ha sido acertada. (…) ha habido mucho imperium y potestas, pero muy poca auctoritas. Los gobernantes se han rodeado de mucho poder, careciendo de la más mínima preparación para ejercerlo (…). Pero esto no puede continuar así, simplemente porque es insostenible. No ha habido sistema en el mundo que haya podido sobrevivir a su propia ineficiencia (…). La sociedad se debe afianzar sobre la razón y la ciencia, y olvidarse definitivamente del despotismo desilustrado: la corrección política. La razón y la ciencia exigen que se reconozcan en manos de quienes están. No son meros entes abstractos, son cosas que se ejercen. Solo bajo la dirección de los mejor preparados las sociedades son capaces de progresar. Es menester reconocer la autoridad y la jerarquía, porque no todos somos iguales. Podremos tener los mismos derechos, pero esto no significa que todos seamos iguales. La sociedad debe fomentar siempre la igualdad de oportunidades, pero no tiene por qué tratar a todos por igual. En cualquier sociedad los hay que ponen y los hay que restan. Esta distinción debe ser atendida; de lo contrario, llegará un día en que los que ponen dejarán de hacerlo, en cuyo caso los perjudicados seremos todos. Ha llegado el momento de descubrir de nuevo las matemáticas: solo las sumas de cantidades positivas produce un resultado positivo y mayor. La suma de cantidades negativas, aunque sean intercaladas con algunas positivas, producen un resultado negativo, o, en el mejor de los casos, un resultado menor, que si fueran todas positivas. Por mucho que insistan, no somos ciudadanos del mundo. Vivimos en naciones y a ellas recurrimos y de ellas esperamos la respuesta adecuada cuando se precisa una actuación colectiva (…). Hasta ahora, que yo sepa nadie le ha ido a pedir a ningún organismo internacional que le garanticen una sanidad adecuada, la escolarización de sus hijos, su pensión de jubilación o la seguridad sobre sus bienes y el libre ejercicio de sus derechos. Sin embargo, la corrección política desprecia a las comunidades nacionales. El multiculturalismo o el segregacionismo étnico, de género y sexual, cualquier tipo de discriminación legal (incluida la positiva), provocan la degradación del capital social de la comunidad. La nueva moral deberá hacer revertir este proceso desintegrador (…). Solo si uno convierte su nación en una comunidad próspera habrá tiempo y oportunidad para ayudar a otros”.