El último vuelo del Halifax - El Sol Digital
El último vuelo del Halifax

El último vuelo del Halifax

ESD.

Una fuerte explosión en los montes García Aldave, en Ceuta, cerca de la frontera con Marruecos, en la noche del 28 de enero de 1943, un avión se había estrellado y sus siete tripulantes habían fallecido, eran aviadores que se habían alistado en el bando aliado durante la II Guerra Mundial. A partir de aquí se estableció un manto de silencio sobre el suceso. Estos siete voluntarios, procedentes de varios países de la Commonwealth, habían partido en el bombardero Halifax DT-586 desde el aeropuerto de Gibraltar y su destino era Oriente Próximo La prensa de Ceuta apenas le dio dos líneas, ya que a las autoridades ceutíes de la época no les interesaba dar explicaciones sobre el incidente en plena guerra.
Los aviadores fueron enterrados en el patio de Santa Gema del cementerio de Santa Catalina con mucha discreción y poco se habló del tema. No obstante, los ceutíes si comentaban el suceso, en corrillos y en voz baja, eran tiempos de censuras y miedos.
Han tenido que pasar 55 años para conocer qué pasó en aquella noche de 1943 en los montes García Aldave, gracias a un escritor ceutí, Luis García Maldonado, quien tras seis años de investigación ha puesto la luz sobre un suceso ocultado por las autoridades franquistas, al publicar el libro El bombardero Halifax DT 586, caído en Ceuta.
Según relata Luis Oliva, a las 20.00 horas los siete tripulantes del Halifax abrocharon sus cinturones de seguridad en los anclajes del fuselaje metálico del bombardero. Cebar motores e ignición, calentamiento y comprobación rutinaria de indicadores. Ahí sentados aguardaban absortos la autorización de despegue del solitario cuatrimotor

A las 21,00 horas, el sargento neozelandés Utrick Watson se persignó mascullando una corta plegaria, tomó los controles del bombardero DT586 e inició la maniobra de despegue. Minutos después, el silencio.
Entre los testigos del siniestro se encuentra el ceutí, Francisco Fernández, que tenía 13 años la noche del accidente, y recuerda que estaban cenando en casa de sus padres y de repente oyeron un ruido muy raro, salieron al patio y en cuestión de segundos se escuchó una fuerte explosión. Acudieron al lugar de los hechos en las inmediaciones de la frontera de Ceuta con Marruecos con un grupo de amigos y vieron “trozos de seda amarillenta, quemada y que desprendían un olor fortísimo, imagino que de los paracaídas”.
La mayoría de los familiares de los integrantes del vuelo Halifax DT586, desconocían en su día el lugar exacto donde perecieron sus hijos, hermanos o sobrinos. Debido a la política de la Commonwealth, que entierra a los soldados en el lugar donde fallecen, no pudieron recuperar sus restos. Sin embargo, gracias al trabajo del escritor ceutí, al menos dos de los familiares de uno de los jóvenes pisaron Ceuta recientemente y visitaron el lugar donde los siete están sepultados. En sus lápidas sólo se podía leer un nombre, acompañado por un escudo de aviador, y la fecha de su muerte: 28 de enero de 1943.
El Halifax fue originalmente destinado a bombardear los campos petroleros del Cáucaso ruso. Las incursiones se llevaron a cabo a partir de territorios sirios y libaneses. Sin embargo, el primer Halifax entró en servicio con el No. 35 del Escuadrón RAF en la base de Linton-on-Ouse en noviembre de 1940, mientras que Siria y el Líbano ya habían sido descartados por Vichy. Por lo tanto, su primera incursión operacional fue contra Le Havre en la noche del 11 al 12 de marzo de 1941.
Luis Oliva reconoce su curiosidad sobre aquel suceso al manifestar que “supongo que lo que me pasó a mí le podía haber pasado a mucha gente, sentí curiosidad al ver los nombres extranjeros en el cementerio y empecé a hacerme preguntas. Empecé a tirar de la madeja poco a poco y cuando me quise dar cuenta me había pasado casi seis años buscando las piezas de un puzle que ni si quiera sabía si podría reconstruir y para el que no tenía ningún tipo de guión, lo iba formando a ciegas”.
El escritor realizó su investigación con mucha paciencia y pagando todos los costes de su bolsillo, de hecho contrató a una licenciada en biblioteconomía y documentación que buscaba para él en archivos relacionados con el suceso en Madrid, y poco a poco empezó a reunir material. “En el Archivo Histórico del Ejército del Aire en Madrid solo encontré dos papeles y curiosamente no los encontró la persona que contraté”.

También investigó en los países de origen de los tripulantes, el piloto neozelandés, y los tripulantes: dos canadienses y cuatro británicos, “a lo largo de todo el proceso he tenido muchísima suerte, sin saber lo que buscaba exactamente, rastreando en distintos archivos de países tan lejanos llegué a contactar con los familiares de todos ellos, muchos de los cuales me enviaron cartas y fotografías originales de los soldados”.
Un dato curioso es que Luis Oliva realizó su trabajo a la antigua usanza, por carta, sin valerse de Internet, ni el teléfono, y confiesa que no habla demasiado inglés: “El idioma fue uno de los grandes problemas con los que me encontré, de hecho naufragué a la hora de encontrar un traductor que pudiera pasar al español toda la documentación que recopilé sobre el accidente por su elevado nivel técnico y la variedad de las fuentes”, afirma. “Así, aprovechando que estaba estudiando filología inglesa, -continuó- llegué a pagar el desplazamiento de mi amigo Jesús Damián a Inglaterra para que intentara entrevistarse con el familiar de un soldado. Yo no me veía capacitado para ir allí con mi inglés, y tampoco era llegar a Londres y buscar, sino que mi amigo tuvo que encontrar un pueblecito bastante perdido en el oeste de Inglaterra”. Sobre la búsqueda de las familias de los aviadores fallecidos, Luis Oliva señalaque “los familiares, recordaban muy poco, además de que eran muy jóvenes y se alistaron de forma voluntaria, ¿Por qué se alistaron? Aunque había soldados de estratos sociales distintos entre los siete, algunos de ellos tenían la vida resuelta; uno de ellos era el hijo de un importante doctor que tenía una clínica privada… realmente murieron porque lo único que querían era defender la democracia y eso, aún hoy, impresiona”.

Por último, Oliva Maldonado afirma que su libro “nos trae con frívola curiosidad al día de hoy un hecho luctuoso puntual, ocurrido en un lugar que el azar se encargó de señalar. Hecho difícil de tratar y más aún de plasmar sin que se incurra con facilidad en la acción alevosa de herir sentimientos ajenos, herida que se hace presente cada vez que se rememora a un ser querido desaparecido, más doloroso aún cuanto más joven era ese ser, y que con mi torpeza no llego a discernir si compensa el daño causado con el intento de arrojar algo de luz al lamentable suceso y enaltecer en lo posible la corta vida de los siete tripulantes haciendo público lo que dormitaba no solo en sus desaparecidas intimidades, sino también en la de sus familiares y amigos. Tan solo puedo agradecerles a todos y cada uno de ellos su aportación y ofrendar sin esfuerzo alguno con una gratitud insignificante y ridícula mi reconocimiento hacia ellos que me permiten llevarlos en mi corazón”.

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