Carmelo San Martín Díaz-Guijarro
Vicepresidente de la Asociación Cultural Proyecto Magna Política
La fiesta de la democracia española va camino de convertirse en una especie de boda gitana interminable. Año de vino peleón, rosas marchitas y urnas. Votar es mejor que no votar, por supuesto, pero siempre partiendo de la base de que las elecciones sean un eficaz acto de decisión colectiva. La democracia necesita vencedores, aunque sea en la tanda de penaltis y el juego lo ganan aquellos que consiguen gobernar. Lo demás, respetuosamente, leche y habas.
Las bonitas quimeras del consenso y el diálogo como principios inspiradores de la actividad política, casi siempre han estado mucho más emparentadas con el cinismo de “lo políticamente correcto” que con la cruda realidad. La democracia es un sistema político, no un estado espiritual ni una filosofía de vida. En democracia se convive con injusticias y miserias, se apunta con bombas atómicas y se ejecuta en la horca. La democracia es sólo una herramienta, un medio civilizado de tomar decisiones colectivas, que no tienen por que ser siempre acertadas. Su legitimidad como sistema político se cimenta en gran medida en su utilidad práctica a la sociedad pariendo sin complejos mayorías estables que decidan los rumbos, debiendo ser la representación del pluralismo político su saludable fuente de energía, pero no un estéril fin en si mismo.
Ya van dos inocuas elecciones generales en España y la tercera es un hecho casi cierto, bien en Navidad o aplazada a escaso tiempo a la vista, y eso de conseguirse con los mimbres actuales un Gobierno tan forzado como zombi. Parlamentarismo de largo recorrido y nulo desplazamiento. De alcanzarse las cuartas elecciones generales en poco tiempo, esto Pepe da Rosa lo convertía en una sevillana.
En el tan español reparto de culpas, con su psicoanalítico efecto tranquilizador de conciencias inquietas, las collejas por la decrépita situación política se las está llevando estoicamente la clase política. Batido de indignación y hastío, con sus correspondientes gotitas de mala leche. Los dedos acusadores apuntan a derecha e izquierda, y al centro, aunque éste se mueve con agilidad de un lado a otro, que el hambre de supervivencia agudiza el ingenio naranja cual Grouchos Marx hablando sobre sus principios. Cabreo comprensible y alentado por las flaquezas de los propios lideres políticos, aunque también algo desenfocado. No son responsables los políticos de los endemoniados resultados evacuados por el sistema electoral español.
La misión de los partidos, ahora y antes, se concentra primeramente en torno a la gestión política de esos resultados electorales con el lícito fin de intentar cumplir con su deber de ganar el juego de las mayorías y, con ello, gobernar los intereses nacionales desde sus planteamientos, estando esa gestión siempre preñada de los inevitables prejuicios, cálculos e intereses sectarios propios de las relaciones entre rivales en cualquier ámbito de la vida. Amarga realidad.
La cosa, lo que todos ya sabemos, es que el sistema electoral pensado para la Transición no tiene vías alternativas para dilucidar actualmente unas mayorías siquiera tan solo suficientes para la investidura del presidente del Gobierno, ante la conyuntural dispersión del voto de los españoles distribuido en partidos antagónicos. Del previsible apoyo parlamentario a un Gobierno, en las actuales circunstancias, mejor ni hablar. Así no hay quién pueda, cohabitaciones utópicas aparte. Para los forofos de la hiperrepresentatividad a cualquier precio: la presencia de mayorías políticas sólidas también es democracia y de calidad.
En el seno de la Asociación Proyecto Magna Política fue aprobada el pasado mes de mayo una propuesta consistente en la implantación de un sistema “mixto” de elecciones para las elecciones generales, entendido como una evolución del presente, priorizando el actual mecanismo de proporcionalidad y representatividad para dar oportunidad en primer lugar a la formación de gobiernos y mayorías parlamentarias de la misma manera que se ha venido haciendo desde la Transición hasta ahora, y sólo para el caso excepcional de resultar imposible la formación de Gobierno en un plazo determinado, estar prevista una segunda vuelta electoral donde se procedería a votar únicamente sobre los dos partidos o coaliciones con mayor representación parlamentaria en la primera vuelta.
Este sistema mixto electoral impulsaría la negociación y el consenso de los partidos con representación parlamentaria en la primera vuelta (que podría ser única de alcanzarse acuerdos), garantizando la representación de las minorías y evitando, a su vez, enroques políticos muy perjudiciales para la vida política e instituciones, y en el peor de los casos (necesidad de segunda vuelta por imposibles entendimientos) garantizaría evitar agonías políticas interminables como las que estamos viviendo ahora y que podrían ser el triste precedente de las venideras de no adaptar pronto el sistema electoral a nuevas conyunturas. Como todas las propuestas puede ser mejorable, permitiéndome yo aquí añadir la posibilidad de ser más cortas las legislaturas en el caso de recurrirse a la segunda vuelta electoral apuntada. Todo es ponerse y recordar que no están hechos los hombres para la Constitución sino la Constitución para los hombres.
Jcromero
12 octubre , 2016Texto amable de leer, deprimente en su contenido, imagen de la batalla de la clase politica compuesta por egoistas con ansias personales de poder. Como resumen zarzuela de despropositos y chapo por el fotografo que lo describe.