Señor González Herrera, me temo que ha sacado usted de contexto la cita de Lane. A lo que el bioquímico británico se refiere con que “nunca sabremos cómo se pasó de la simplicidad de las bacterias a la complejidad de plantas y animales, no por falta de ideas creíbles, sino por falta de pruebas” es a que es prácticamente imposible encontrar algo así como un fósil que nos muestre cómo se formaron las primeras células eucariotas. Sin embargo, tal y como Lane señala, hay ideas creíbles al respecto, la más prometedora de las cuales, a mi entender, es que dos bacterias de muy diferente tamaño vivían juntas prestándose servicios mutuos hace cosa de dos mil millones de años y, en cierto momento, la pequeña quedó englobada dentro de la grande y ambas continuaron reproduciéndose. Que no podamos de momento encontrar pruebas físicas de cómo exactamente se formó la primera célula eucariota (o reproducir el proceso en laboratorio) no significa que carezcamos de pruebas de que las mitocondrias son de origen bacteriano. No sabemos exactamente cómo, pero sí sabemos qué ocurrió.
Por otra parte, aunque en realidad Lane no se refiere exactamente a ello en el fragmento citado, el paso de unicelulares a pluricelulares probablemente ocurrió por varios procedimientos diferentes, de los cuales al menos uno, el que supuso la creación de una defensa frente a los por entonces recién aparecidos protozoos depredadores, ya hace tiempo que se reprodujo en laboratorio con el alga Chlorella vulgaris y el protozoo flagelado Ochromonas. En consecuencia, la Teoría de la Evolución sí da cuenta hoy día con razonable precisión y detalle del paso de bacterias a pluricelulares.
En cuanto al comentario de François Mauriac sobre las conclusiones de Monod, ¿realmente le parece a usted que pensar que la naturaleza funciona en muchos aspectos al azar es más increíble que sostener sin prueba alguna que “en el principio fue el verbo”? Es decir, que en el principio hubo pensamiento lingüístico complejo sin estructura física alguna que lo sostuviera. Al parecer, semejante descripción gratuita resultaba simbólicamente aceptable para las tribus de pastores mayormente ágrafos de la época en que la humanidad desarrollaba la metalurgia del hierro, pero a día de hoy resulta por completo insuficiente. Y prefiero no entrar en la credibilidad de los, digamos, aspectos ornitológicos de la concepción de Jesús.
En lo que a la imposibilidad de demostrar la evolución biológica se refiere, he de recomendarle que se informe acerca del experimento de largo recorrido que Richard Lensky puso en marcha hace ya treinta y tres años en la Universidad de Michigan, y que continúa su curso. Se encuentra sin dificultad en internet. Por razones de espacio me abstendré de describirlo aquí en detalle, pero ya ha rendido pruebas evidentes acerca de la realidad de la evolución biológica y de sus mecanismos de funcionamiento. La aparición de mutaciones azarosas en el ADN lleva en ocasiones afortunadas a una mejor adaptación de los organismos al medio, lo que a largo plazo supone cambios lo bastante profundos como para hablar de nuevas especies.
En cuanto al registro fósil, por su propia naturaleza, es fragmentario, tiene enormes huecos. No todo organismo muerto fosiliza. Por el contrario, casi ninguno fosiliza. Pero, en cualquier caso, claro que se han encontrado en el registro fósil organismos intermedios; el archaeopteryx, sin ir más lejos, es un organismo de transición entre los reptiles de hace ciento sesenta millones de años y las aves actuales. Pero claro, si uno siente la imperiosa necesidad sicológica de salvar la idea de un Dios creador a toda costa, cuando se descubre un nuevo fósil intermedio entre otros dos, en lugar de reconocer que se ha llenado un hueco, se empeña uno en ver dos huecos nuevos: uno antes y otro después del organismo fósil intermedio recién descubierto.
Otra posible causa de ese empecinamiento en negar la explicación más razonable puede ser una excesiva influencia del pensamiento platónico. Me explicaré. Los únicos que tienen existencia física real son los organismos individuales. La “especie” es un concepto acuñado por los seres humanos. Una especie es algo así como una foto fija que señala los rasgos semejantes de un conjunto de individuos en un momento dado, no un ente físico. Un taxónomo imaginario lo bastante longevo percibiría que las propiedades comunes que definen una especie no son constantes, sino que cambian con el tiempo. Las “ideas” no son eternas.
En cuanto a la evolución del ojo complejo, está bien estudiada. El biólogo británico Richard Dawkins ha descrito con detalle los pasos de que consta y ha demostrado que en cada uno de ellos hay ventajas para el organismo que lo da. Se ha calculado que la transición desde una mera mancha de pigmentos fotosensibles a un ojo complejo se produce en cosa de medio millón de años. Una transición que se ha producido independientemente en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de la vida.
Respecto a lo de explicar las relaciones entre los diversos “reinos”, ¿de verdad que no ha oído usted hablar de la secuenciación del ADN? ¿No se ha enterado de que la taxonomía actual se basa precisamente en eso? Al menos estará usted al tanto de que compartimos un 98% de nuestro ADN con los chimpancés, supongo.
Por lo demás, si como usted afirma, la teoría de la evolución no supone ningún problema para la religión, ¿a qué viene tanto esfuerzo por negar su validez?
En cuanto a que la evolución biológica no explica el origen del universo físico, estoy completamente de acuerdo; pero tampoco lo pretende. Por su parte, la cosmología científica actual admite que el universo surgió de la nada, lo que no hace es presuponer sin más un Dios creador, ya que eso nada resuelve. Lo que hace es enfrentarse al misterio. Porque, como dejó escrito Borges en su poema del ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / De polvo y tiempo y sueño y agonía?”.
Sin embargo, resulta innegable que las religiones son las que han articulado el pensamiento humano a lo largo de milenios; y lo han hecho, como usted señala, intentando promover la belleza, la justicia y el bien. Pero eso también es explicable en términos evolutivos: los seres humanos somos mamíferos sociales y, como tales, sujetos a una perpetua tensión entre competencia y colaboración; las sociedades que mejor han sido capaces de promover la colaboración sin eliminar del todo la competencia (ni la curiosidad científica) son las que han triunfado sobre las demás.
Resumiendo: la Teoría de la Evolución Biológica está plenamente contrastada y goza actualmente de general aceptación. Es tan válida y generalmente aceptada como la Teoría Heliocéntrica, la cual, por cierto, allá por el siglo XVI, también fue larga y tozudamente rechazada por el pensamiento religioso.
Pero que conste que, a fuer de liberal, soy un firme partidario de la libertad de credos. Es fama que Martin Gardner, el famoso matemático y divulgador estadounidense, ya fallecido, aunque percibía claramente la irracionalidad de la idea de Dios, reconocía sentirse mejor anímicamente creyendo en ella. Cada cual organiza su estabilidad sicológica como puede. O como Dios le da a entender, si lo prefiere.
Para terminar, permítame una sugerencia: si lo que desea es defender un espacio en el que la Ciencia no pueda ofrecer explicaciones mucho más convincentes que las de la religión, debería usted ocuparse de los qualia. Por el momento, nadie es capaz de explicar qué forma o propiedad de la materia conforma, no las cosas, sino nuestra percepción de ellas. El filósofo fervientemente evolucionista Daniel Dennet no deja de intentar quitarle importancia a ese asunto. Por algo será.