En el último tercio del siglo XVIII, las trece colonias británicas de América del Norte se independizan de Inglaterra y se convierten en la República Federal de los Estados Unidos.
Varias son las causas que contribuyen al movimiento emancipador: el influjo de las ideas revolucionarias procedentes de Francia; la prosperidad económica de las colonias, enriquecidas por el constante auge de la industria y el comercio, y el sentimiento de unidad que se iba imponiendo entre los colonos, cuyos representantes, reunidos en el Congreso de Filadelfia, proclamaron la declaración de independencia.
La guerra se prolongó durante ocho años (1775-1783), y aunque en principio fue un conflicto exclusivamente anglo-norteamericano, el valioso apoyo de Francia y España, deseosas de desquitarse de las pérdidas sufridas en el tratado de París, contribuyó a la victoria final de los rebeldes y a que Inglaterra reconociese la independencia de los Estados Unidos.
Es para muchos desconocida la ayuda que España prestó a Estados Unidos durante la Guerra de Independencia. Un ejemplo de ello es la historia de, al menos, 126 españoles —podrían ser más— cuyos restos están enterrados en Brooklyn, en Ft. Greene Park. En 1776 el general de división estadounidense Greene supervisó la construcción del Fuerte Putnam en un terreno elevado que ahora forma parte de un parque de Brooklyn. Durante la batalla de Long Island, el ejército continental rindió el fuerte y los británicos ocuparon este enclave y mantuvieron a miles de cautivos en varios barcos prisión anclados en la bahía de Wallabout.
Se calcula que más de 11.500 hombres y mujeres murieron de hacinamiento, agua contaminada, hambre y enfermedades a bordo de los barcos, y sus cuerpos fueron enterrados apresuradamente en la costa. Precisamente, entre ellos, había más de un centenar de soldados españoles. En Ft. Greene Park, desde 1976, existe una placa que rendía homenaje a los soldados españoles allí enterrados.
En 1762 España entró junto a Francia en la guerra contra el Reino Unido, que concluyó al año siguiente con la pérdida de La Habana y Manila, aunque se recuperaron tras la paz de París a cambio de ceder la Florida.
La llamada Guerra de los siete años entrañó una gravísima sangría económica para los países que participaron en ella. Francia perdió Canadá entre sus posesiones en Norteamérica, y los británicos, vencedores de la guerra, acumularon una altísima deuda. Precisamente, en la altísima presión fiscal y los continuos pésimos años agrícolas estuvo el origen de la revolución francesa.
El rechazo a las abusivas medidas fiscales británicas pronto comenzó a producir las primeras consecuencias violentas: a la llamada «matanza de Boston», en 1770, que se cobró cinco muertos, sucedió en diciembre de 1773 las protestas conocidas como el «motín del té». A comienzos de 1775, la respuesta de los colonos fue convocar el Congreso de Filadelfia, y pronto numerosas «guerrillas» comenzaron a hostigar a los británicos, principalmente en las colonias más septentrionales.
El 4 de julio de 1776 se produjo uno de los más importantes hitos de la historia moderna: la declaración de independencia de las trece colonias.
En las colonias norteamericanas no había una aristocracia imperante, pero se había desarrollado una auténtica burguesía que arrastraba a las demás clases sociales.
Las teorías de Locke o Montesquieu aportaban ideas básicas a los programas revolucionarios, así se iba gestando la gran transformación, y en este ambiente parecía empeño temerario imponer una fiscalidad abusiva para cubrir el enorme déficit ocasionado por los desmedidos gastos militares británicos.
El posicionamiento naval español está en función directa del proceso emancipador de las trece colonias, que determina también los diferentes ciclos de la ayuda española: ayuda económica, que comienza en 1776; ayuda diplomática, que arranca tres años más tarde, y ayuda militar, que se prolongará hasta 1781.
Un dato significativo es la publicación en la Gaceta de Madrid de las noticias del levantamiento con un sesgo de clara simpatía por los norteamericanos, lo que constituía, evidentemente, una toma de posición del propio gobierno, que iniciaba así una política de beligerancia.
¿Era razonable apoyar la rebelión de las colonias norteamericanas, dado su carácter separatista y antimonárquico? El rey Carlos III lo estima procedente porque entiende que hay que ayudar a los rebeldes desde el primer momento, sosteniendo a fondo su voluntad de liberación. El embajador británico en Madrid sostenía que apoyar la libertad de las colonias inglesas era abrir el camino a la independencia de las colonias españolas.
El tercer pacto de familia obedecía a la necesidad española de asegurar un sistema político que garantizase el apoyo real contra Inglaterra, y en el pensamiento europeo de Carlos III jugaban factores de estabilización del frente europeo para consagrarse al rearme naval. España pretendía recuperarse de Inglaterra, debilitada tras sus cinco años de guerra, Menorca y Gibraltar. Pero la cuenta salió mal, porque más debilitados estaban los franceses, y se tuvo que pagar un precio trágico y casi irreversible.
Carlos III, al aceptar la Luisiana francesa, se encargaba de detener la expansión inglesa en América, pues la paz no fue completa porque desde 1763 hasta 1766 se arrastra un armisticio con dificultades para la restitución de Manila y con nuevos abusos británicos en el Caribe y América Central intentado adueñarse de territorios del imperio hispano.
En 1763, cuando Francia cedió a España la Luisiana, poblaban su inmenso espacio unos 3.500 habitantes de origen europeo. Bernardo de Gálvez organizó la emigración de numerosas familias canarias, que fueron establecidas en cinco nuevas poblaciones. Sus descendientes forman hoy un colectivo muy numeroso y son conocidos como «isleños».
En el escenario del golfo de México —cuya superficie, de 1.600.000 kilómetros cuadrados, hubo dos relevantes circunstancias que resultaron cruciales para la causa de los Estados Unidos: la primera, el establecimiento de un segundo frente continental en la retaguardia británica, abierto por las acciones militares dirigidas por Bernardo de Gálvez en Luisiana y Florida, que distrajeron numerosas fuerzas inglesas, sobre las que consiguió resonantes victorias.
Bernardo de Gálvez proporcionó uniformes y armas para 30.000 miembros de las milicias de las colonias y 200 cañones y negoció con los jefes de los estadounidenses Thomas Jefferson y Patrick Henry. En 1777 Gálvez, envió 70.000 dólares en armas y suministros a los rebeldes río Mississippi arriba hasta Ohio, Pittsburgh y Filadelfia.
Cuando España declaró la guerra a Gran Bretaña en agosto de 1779, Bernardo de Gálvez había ocupado los cuatro fuertes británicos en el bajo Mississippi que incluían Boton Rouge y Natchez, hecho prisioneros a 550 soldados enemigos y capturado dos navíos, uno de ellos desde tierra: aprovechando que el barco tenía que atravesar un canal estrecho los españoles saltaron a él. Todo esto lo hizo sin sufrir ninguna derrota y a pesar de que un huracán había hundido sus barcos de suministro.
En marzo, se dirigió al puerto de Mobile, en Alabama y lo conquistó, y Pensacola, la capital de Florida occidental, impidiendo que los británicos pudieran enviar más tropas y barcos a Yorktown, donde en septiembre y octubre se libró la que fue la batalla final de la guerra. Las tropas que Bernardo de Gálvez mandó eran internacionales y tenían tanto soldados profesionales españoles, como franceses, alemanes, indios nativos de Luisiana y milicias del Caribe, así como un regimiento irlandés y otro italiano.
Luis de Córdova y Córdova el 9 de agosto de 1780 apresó en el cabo de Santa María un convoy británico de 57 fragatas destinadas al ejército inglés en Norteamérica y la India y que iban escoltadas por tres fragatas de guerra que pasaron a la Marina Real de España. Hizo aquel día 3.000 prisioneros de las dotaciones, y logró conducir sus presas a Cádiz, lo que tuvo gran eco en la prensa de la época y le convirtió en un héroe del momento.
Las importantes victorias alcanzadas entre 1779 y 1782 gracias a Matías de Gálvez, distrajeron fuerzas militares y navales inglesas, evitando que pudieran emplearse contra los norteamericanos o contra las tropas españolas en la costa del golfo de México. Los territorios de Yucatán, Guatemala, Honduras y Nicaragua constituían un espacio vital en las Indias. Los ingleses perseguían acceder al Pacífico y conseguir establecerse en el territorio continental. Matías de Gálvez consiguió reconquistar Nicaragua. La lucha en Centroamérica culminó con la conquista de la isla de Roatán en marzo de 1782.
Bernardo de Gálvez tiene una placa en Natchez, Mississippi, una estatua en la Spanish Plaza de Mobile, Alabama, y otra estatua ecuestre en Washington DC. Llevan su nombre la pequeña ciudad de Galveston en Louisiana y la ciudad de Galveston, en Texas.
Con la entrada de España en la guerra de independencia norteamericana se evitó que los británicos ejerciesen un control permanente de la cuenca del Misisipí, desde Canadá hasta el Golfo, lo cual, unido a su dominio de la costa este, podría haber cambiado la guerra para las trece colonias.
Transcurridos más de dos siglos, en diciembre de 2014, el Congreso de los EE. UU. aprobó y el presidente Obama firmó la concesión de la ciudadanía honoraria al español Bernardo de Gálvez y la colocación de un retrato suyo en el Capitolio.