Extranjeros en el paraíso. María Viedma García. Escritora - El Sol Digital
Extranjeros en el paraíso. María Viedma García. EscritoraLa escritora junto a la escultura de Andersen en la Plaza de la Marina de Málaga

Extranjeros en el paraíso. María Viedma García. Escritora

Disfruta de la vida. Hay mucho tiempo para estar muerto

                                                                                                                                                         (Hans Christian Andersen)

Al poeta español y premio Nobel de literatura Vicente Alexaindre, Málaga -la ciudad prodigiosa de sus días alegres- se le antojó una sucursal del Edén. Pero antes que a él, a varios escritores extranjeros les pareció que no solo Málaga, sino también su provincia, tenían bastante de paraíso. Uno de ellos fue el danés Hans Christian Andersen (1805-1875) que, en su Viaje por España, afirmo que en ninguna otra ciudad española había llegado a sentirse tan dichoso y tan a gusto como en Málaga. Corría el año quinto del segundo milenio, cuando en un acto de justicia y solidaridad malagueñas (recuerde lo que dice nuestro escudo: la muy leal, muy hospitalaria, muy benéfica) nos lo trajimos a “vivir” a la Acera de la Marina, agradeciéndole con tribuna de bronce que su pluma nos salpicara la infancia de sirenas en tierra, zapatos que danzan sin pies, ánades devenidas en cisnes y emperadores en pelota picada persuadidos de vestir a la última.

Otro de esos literatos en busca de la Arcadia fue el poeta alemán Rainer Maria Rilke (1875-1926): He buscado por todas partes la ciudad soñada y al final la he encontrado en Ronda. Allí, el poeta que susurraba a las rosas encontró algo más que corolas perfumadas con las que aguirnaldar versos. Asomado a los tajos, logró renovar sus procedimientos expresivos y descubrió la montaña como elemento poético. Náufrago de una larga crisis, su affair con la ciudad de los barrancos le animó a avanzar hacia ese gran horizonte poético –la más espléndida lejanía– que diez años después cristalizó en las Elegías de Duino.

James Joyce (Irlanda, 1882-1941) nunca estuvo en España, pero de haber haber sido uno de esos viajeros románticos del XIX que nos visitaban, habría escogido un dieciséis de junio (Bloomsday) para recorrer Ronda. Si usted leyó Ulises, sabrá que menciona la capital de la serranía. Ah,  ¡que no lo terminó! No se apure, yo le arrimo la cita (sin signos de puntuación ni nada)… y Ronda con las viejas ventanas de las posadas los ojos que espían ocultos detrás de las celosías para que su amante bese los barrotes de hierro y las tabernas de puertas entornadas en la noche y las castañuelas

Y es que Ronda, serrana y bandolera, es mucha Ronda para un solo escritor extranjero. De ahí que no le bastara con el corazón de Rilke y tuviera que robarse, además, el de Ernest Hemingway (1889-1961). Lo suyo fue la crónica de un romance anunciado: a él le gustaba casi todo lo español y ella lo sedujo con sus artes tauromáquicas. Tan hechizado anduvo el Premio Nobel, que en una ocasión declaró su aspiración de escribir al estilo del toreo rondeño…sobrio, de repertorio limitado, simple, clásico y trágico. Hay amores que se te quedan en la piel y otros en la pluma.

Por si no lo sabía, la mayoría de los escritores buscan el paraíso en solitario, pero algunos lo persiguen -y hasta lo alcanzan- en pareja, en pareja de escritores, claro. Esa fue la suerte del matrimonio integrado por el escritor británico Gerald Brenan (1894-1987) y la poeta norteamericana Gamel Woolsey (1895-1968). Juntos hallaron y disfrutaron su paraíso particular en Churriana, hasta que una espada de fuego -la de la guerra civil- los obligó a abandonarlo. Del estupor de aquel verano terrible nos queda una de las primeras obras sobre nuestra contienda fratricida –Málaga en llamas (originalmente titulada Death´s other kingdom, El otro reino de la muerte)- escrita por Woolsey. En 1953 Brenan y Woolsey recuperaron su paraíso y lo disfrutaron  en amor y compañía hasta la muerte de ella en 1968. Después, Brenan (prolífico hispanista experto en San Juan y en Santa Teresa) descubriría en Alhaurín  –jardín de Dios, en árabe- otro Edén y otra Eva en la persona de Lynda Nicholson, su asistente.

El cordón umbilical es un diario que resume el universo estético y las ideas sobre la creación poética del escritor y cineasta Jean Cocteau (1869-1963). Lo escribió en 1961 en la luminosa Marbella, donde quiso fijar su residencia definitiva, según expresó por carta a su amiga la diseñadora Ana de Pombo. Marbella fue para él un paraíso y así se lo hizo saber en una misiva a su amigo entrañable, el actor Jean Marais: Por fin hemos descubierto una especie de Paraíso Terrenal rodeado de olivos, higueras y flores, entre la montaña y el mar en el que me baño. El Cordón Umbilical, no fue el único fruto de su idilio con Marbella. Cocteau escribió, además, parte de dos poemarios significativos: El ceremonial español y Réquiem. Marbella fue más que un paraíso; fue El Parnaso del “príncipe de los poetas”.

Tras un grave accidente cerebrovascular, Janes Bowles (1917-1973) vino desde Tánger a dar con sus pobres huesos a Málaga. No fue Málaga su paraíso, pero sí un lugar amable que la acunó en medio de la desesperación. Física y mentalmente enferma, desarrolló dificultades para leer y escribir, y los últimos años de su aconvencional existencia, vivió en una casa de reposo en la que se supo querida. Durante los periodos en que lograba mejorar se la veía  recorrer las calles de Málaga, Larios en particular, acompañada de alguna amiga y a veces del escritor Paul Bowles -su esposo- que aunque residía en Tánger, la visitaba de cuando en cuando y sufragaba los gastos de su convalecencia. Jane escribió Placeres sencillos, En la casa de verano y Dos damas muy serias. A pesar de su falta de éxito literario, Tennessee Williams, John Ashbery y Truman Capote (que la apodó “cabeza de gardenia”) la consideraban una autora genial, pero el reconocimiento no pudo devolverle la alegría de escribir; la enfermedad la había expulsado para siempre del paraíso definitorio del escritor: la palabra. Su cuerpo yace en una tumba de la necrópolis de San Miguel. Su alma, pluma en ristre, habita en el Elíseo.

 

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