Alejandro González Herrera
“¿Quién puede matar a un niño?”, es el título de un largometraje dirigido por el inolvidable creador del “Un, dos, tres” Chicho Ibáñez Serrador en 1976. Está considerada una película de culto dentro del género de terror del cine español.
Pues bien, traigo a colación el título de esta película a tenor de las declaraciones realizadas por Dany Lederman al New York Times, en ellas cargaba duramente contra el máximo organismo del fútbol y afirmaba con la rotundidad de un padre amargado ante la injusticia que “la FIFA está matando a mi hijo”. Se refiere a su hijo Ben, canterano del Barça, y que la FIFA le prohíbe jugar al fútbol debido a la sanción impuesta al club español. En la misma entrevista el padre del pequeño futbolista se preguntaba, ¿por qué la FIFA debe decirle a nuestra familia dónde tiene que vivir si queremos que mi hijo juegue al fútbol? Ben, un californiano de 15 años que vivía con sus padres en Barcelona, sólo puede entrenarse con sus compañeros, pero no puede jugar. Y Dany, su padre, lo que persigue, es lo que haríamos cualquier padre, que su hijo pueda volver a hacer aquello que lo hace más feliz: jugar al fútbol. Por ello, no descarta denunciar a la FIFA y llevar el caso a instancias superiores.
El Fútbol Club Barcelona tiene varios casos así. Niños coreanos, japoneses, holandeses o cameruneses están sin poder jugar y algunos se han tenido que volver a su país con sus familias ante el peligro de ver cortada su progresión deportiva. El colmo de este ataque sinsentido a niños indefensos se produjo el pasado septiembre, cuando la propia FIFA, en una decisión delirante y sin parangón, también prohibía vivir dentro de la Masía y ordenaba la expulsión de Patrice Sousia, un niño camerunés que llegó a la ciudad condal con todas las garantías de la mano de la Fundación Samuel Etto. Lo ha tenido que recoger la familia de un compañero de equipo en su casa, su alternativa era un vivir en la calle o volver a la pobreza de su Camerún natal rompiendo en mil pedazos el sueño de su vida.
Ahora bien, pongamos todo este asunto en su contexto y lo entenderemos mejor. El reglamento de la FIFA prohíbe los fichajes de futbolistas comunitarios menores de 16 años y extracomunitarios menores de 18 años.
En puridad, la letra de la ley lo que trata de evitar es lo que por desgracia estaba sucediendo en países como Bélgica y Francia: agentes desaprensivos “fichaban” a niños, sobre todo africanos, y si con 16 o 17 años no habían cumplido con las expectativas se quedaban literalmente tirados en Europa.
La misma normativa goza de tres excepciones: “1. Si los padres cambian su domicilio al país donde el nuevo club tiene su sede por razones no relacionadas con el fútbol; 2. Si la transferencia se efectúa dentro del territorio de la UE y el jugador tiene entre 16 y 18 años; 3. Si el jugador vive en su hogar a una distancia menor de 50 km de la frontera , y el club de la asociación vecina está también a una distancia menor de 50 km de la misma frontera”.
Probablemente, el Barça haya incumplido la ley por no acogerse a la virtualidad de la excepción 1, que es el cajón de sastre para burlar la ley y que todos los padres “encuentren” casualmente un trabajo justamente cuando a su hijo lo fichan equipos como el Ayax, Manchester City o Arsenal, por decir algunos. El Barça probablemente merezca un castigo (que por cierto está cumpliendo) por torpeza y soberbia, ya que una cosa es la letra de la ley y otra muy distinta el espíritu de la misma, y eso lo debe de saber. La letra de la ley la ha incumplido, no así su espíritu, pues los niños que viven en la Masía son unos elegidos, protagonistas de una formación integral, auténticas agujas en el pajar del fútbol base mundial, una rareza estadística (muchos de ellos saliendo de la pobreza de sus países), que viven el sueño de sus vidas. El que dice la Masía, dice Valdebebas (Real Madrid) o Milanello (AC Milan).
Todo esto nos lleva a la siguiente reflexión, ¿Está protegiendo la FIFA a unos niños de las “garras” de clubs como el Barcelona, Chelsea o Real Madrid? La respuesta es clara. No. Realmente la FIFA está castigando a los niños que dice proteger. Y a este paso, van a tener que ser los clubs los que protejan a los niños de la FIFA. A los clubs que les sancione como les venga en gana pero está muy feo que jueguen con la ilusión de un puñado de chavales de los cinco continentes. ¿Qué culpa tienen ellos de todo este tremendo dislate?
La FIFA, gerontocracia del poder donde las haya, demuestra ser muy poderosa con los débiles y asociados, pero tremendamente tímida y cobarde con organizaciones independientes como el FBI o la fiscalía de Nueva York que la siguen investigando por fraude, soborno y lavado de dinero en el caso FIFAgate. Desde luego, sus dirigentes no leyeron la bella elegía lorquiana que dice: ¡que blando con las espigas! ¡que duro con las espuelas!
Esta FIFA (y UEFA), casi con la soberanía legislativa de una nación, prácticamente anulan el poder decisorio de los padres, sobre donde tienen que vivir, trabajar y en qué equipos deben jugar sus pequeños cracks. Estos mismos dirigentes son los que sancionaron al Málaga sin jugar un año en Europa y que han decidido que un Mundial se juegue en Catar en el mes de diciembre. ¡Oh, poderoso caballero don dinero!
El aferramiento al poder de sus vividores altos cargos, con Blatter a la cabeza, es digno de un profundo análisis psiquiátrico, aunque quizá tuviera razón el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger cuando dijo aquello de que el poder es el afrodisiaco más fuerte que existe.
Lo grotesco es que demuestran su poder “matando a niños” y aplicando con sangre la rigurosidad de una ley que cuando se la tienen que aplicar ellos mismos, a unos esquemas básicos de transparencia y honradez, se revela con demasiada laxitud.