Alejandro González Herrera
Conocí al jurista y filósofo granadino Antonio García Trevijano a mediados de los noventa del siglo pasado, cuando mi agrupación política-universitaria le invitó a dar una conferencia en la Facultad de Derecho. Me llamó la atención su preclara inteligencia y una juventud cargada de vehemencia y entusiasmo, aunque por aquellas fechas era ya un avanzado sexagenario.
Veintitantos años después nada ha cambiado en él, con casi 90 años sigue en la brecha de la acción política con un discurso joven e imparable, que dejaría en la indigencia intelectual a la mal llamada “nueva política”, es decir, a los Pablos Iglesias de turno, practicantes, en realidad, de la política más vieja y rancia de Europa.
En la actualidad, preside una asociación MCRC (Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional) de la que es fundador y factótum. Aunque silenciada por los medios de comunicación afines a la “oligarquía de partidos estatales”, merece la pena que sea conocida y reconocida por quienes tenemos el convencimiento moral y jurídico de que la democracia en la que vivimos (convertida por los políticos en “la democracia de la que vivimos” -a su beneficio-) es de tan ínfima calidad que ha dejado de ser democracia. En puridad, es la nobleza del siglo XXI, la casta que parte y reparte con el desprecio propio de quién sólo te quiere cada cuatro años.
Pues bien, todas las miserias y contradicciones de nuestro sacrosanto sistema democrático (y de lo políticamente correcto, auténtico engendro que acaba implícitamente con la libertad de expresión) lo lleva denunciando García Trevijano durante décadas y hoy día a través de la asociación pre-política y cultural MCRC, que define el régimen actual como un Estado de partidos o partitocracia. El movimiento no apoya a ningún partido político, jamás participará en unas elecciones y se disolvería una vez alcanzada la democracia formal.
Persigue como objetivo la apertura de un periodo de libertad constituyente, tras el cual sea posible la implantación de una República Constitucional (aspecto del cual discrepo, pues la monarquía se ha convertido en uno de los pegamentos de la unidad de España y vacuna contra los nacionalismos que nos acechan).
El sistema de gobierno debería de cumplir dos principales parámetros de la democracia formal: la representación ciudadana y la separación de poderes (absolutamente prostituida en la actualidad. “Montesquieu ha muerto”, frase atribuida a Alfonso Guerra cuando era vicepresidente del Gobierno).
Estas dos reglas de juego conllevan la elección directa de diputados de distrito mediante el sistema mayoritario uninominal a doble vuelta y con mandato imperativo hacia los electores (poder legislativo), la elección directa del presidente de Gobierno, por circunscripción única. El presidente electo designa libremente a los miembros de su gabinete (poder ejecutivo) y la elección del gobierno de los jueces por parte del mundo judicial (poder judicial). En estas elecciones, en las que intervendrían todos los implicados en la Administración de Justicia, es decir, magistrados, jueces, fiscales, funcionarios, abogados y procuradores en activo, incluso notarios y registradores, se elegiría al presidente del Consejo de Justicia y éste a los miembros del Consejo.
El sistema propugnado por García Trevijano nos aproximaría realmente a una democracia con mayúsculas, pero ¿alguien cree que la partitocracia imperante va a permitir que nos acerquemos lo más posible a la célebre sentencia de Abraham Lincoln que definía democracia como “gobierno por el pueblo”? No, al menos a corto o medio plazo.
En primer lugar, porque la conquista del poder cultural, previa a la del poder político, necesitaría una acción concertada de infiltración en medios de comunicación y universitarios, y hoy día éstos son la voz de su amo, del poder de los partidos políticos que reparten de manera obscena, teledirigida y a mansalva prebendas, cargos y excrementos de diablo (así llamaba Giovanni Papini al dinero)
Y, en segundo lugar, por la indiferencia general de la población, adocenada por un sistema educativo al dictado de los políticos de turno, que a su vez y olvidándose del interés general, obedecen al aparato del partido. Como decía Aldous Huxley “una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y entretenimiento, los esclavos tendrían el amor de su servitud” (Un mundo feliz, 1932). Así estamos.
Para terminar, y con la distancia que dan los siglos, hemos pasado del non est potestas nisi a Deo (no hay poder que no provenga de Dios) que sentenciaba San Pablo, al prosaico non est potestas nisi a partibus (no hay poder que no provenga de los partidos). No debería hacer falta que, como el de Tarso, alguien se caiga del caballo para saber que en el término medio está la virtud.
Gonzalo
13 marzo , 2017Estimado Sr. González Herrera: Me sorprende su artículo ya que por un lado dedica las mejores loas a Antonio García Trevijano y su pensamiento político (todas merecidas), se manifiesta además convencido de que efectivamente en España no hay democracia, y sin embargo en el mismo artículo establece unos posicionamientos que desde mi punto de vista son totalmente opuestos a lo primero. En primer lugar es imposible comprender la corrupción y la falta de democracia sin tener en cuenta el papel fundamental de la monarquía en todo ello. ``La monarquía es el pegamento que une España´´ pues perdone pero estamos totalmente perdidos ya que es la monarquía y la doble traición de Juan Carlos I a su padre D. Juan y a España la que permite una falsa Constitución que dividió España en 17 miniestados cuando nadie lo pedía y no hacía ninguna falta, sólo para facilitar el reparto de poder de los partidos políticos y su capacidad de colocar cientos de miles de acólitos. Hemos pasado del ``hablando se entiende la gente´´ de Juan Carlos I como respuesta al estatuto catalán a los viajes de su heredero a Cataluña para hacerse fotos con los golpistas. La verdad, mejor que no sigan defendiendo la unidad de España y así al menos nos ahorran tanta vergüenza y humillación. Finalmente me sorprende también que termine su artículo asumiendo un derrotismo que nada tiene que ver con Trevijano y su pensamiento, que ha sido y es pura lucha y acción desde niño y hasta hoy en día con casi 90 años, como usted menciona. Sí, es cierta la manipulación y la corrupción de los medios de comunicación, de las universidades, de todo aquel que le debe su pan y privilegios a quien le ha colocado. Es cierto que una gran parte de España está adocenada y mira indolente como hacen y deshacen los partidos políticos, y les siguen votando cada 4 años. Es todo cierto, pero es que esto es precisamente producto de la falta de democracia, de la falta de libertad colectiva. Entonces ¿qué hacemos? ¿Nos rendimos? ¿Cual es el término medio que usted menciona? Si el objetivo es el término medio seguramente nos quedaremos en el término medio del término medio. O sea, nada. Lo que sí es seguro es que si los españoles asumimos la partitocracia como algo inevitable, nunca, jamás, cambiará. Cada vez seremos más súbditos de los partidos políticos y menos ciudadanos con capacidad para elegir su destino.