“Por dos veces, me negué a responder las preguntas de la inspección porque no estaban relacionadas con mis funciones como profesor”
Vicente Almenara.- Gonzalo Guijarro Puebla es un profesor de enseñanza secundaria, ya jubilado, muy activo y crítico durante el ejercicio de su profesión, no solo en el frente sindical de APIA, sino en su relación personal con los medios de comunicación y su actividad individual en general. Desgraciadamente, este ejercicio de su libertad de expresión tuvo en el año 2002 una derivada represiva por parte de la Junta de Andalucía, con visitas intimidatorias de la inspección, y sin ninguna defensa del director del centro, los sindicatos y cualquier otra instancia. En esta primera entrega, de las dos que publicaremos, Gonzalo Guijarro narra el poco respeto de la Consejería de Educación de entonces por los derechos y libertades de un docente como él. El caso le costó el cargo al delegado de Educación en Málaga, ahí estuvo el cortafuegos, como él dice.
¿Cuál ha sido tu carrera docente?
Mi carrera empieza en el Instituto Nacional de Bachillerato a Distancia en Alemania, en un aula que estaba dedicada a atender a los hijos de los emigrantes para que pudieran cursar el bachillerato español. La idea era la siguiente: los hijos de inmigrantes que llegaban a Alemania con edades muy tempranas, digamos antes de los diez años, no tenían problemas para integrarse en el sistema alemán, ya que en esas edades un niño aprende un idioma en cuestión de meses y una vez que lo ha aprendido puede seguir plenamente el sistema escolar del país de acogida, pero cuando llegan con 13, 14 o 15 años tienen dificultades mayores, en primer lugar porque se asimila más lentamente y, en segundo lugar, por otros contenidos que se dan a esa edad que son más complicados. Llegué allí con 25 años, en el 77 llego a Alemania, y empiezo a trabajar en un aula que estaba en una pequeña ciudad de unos 100.000 habitantes y que tenía un alto contingente de inmigrantes españoles, y el acuerdo al que se había llegado era una cesión de unas cuantas aulas en el instituto alemán para dar clases vespertinas.
Y los siguientes pasos docentes…
Allí estoy seis años y medio, después hago las oposiciones y me vuelvo a España como profesor agregado de bachillerato y profesor de instituto de química.
¿Química estudiaste?
Química, yo soy licenciado en química, en la especialidad de bioquímica, por la Universidad Complutense de Madrid. Vuelvo concretamente a Cartagena y estoy un año en un instituto de acuerdos con la Marina, después me trasladan a Ceuta y estuve otro año, pero el Ministerio de Educación y Turismo me va trasladando otra vez de Ceuta, me mandaron a Madrid, allí estuve dando clases tres años en el Instituto Jaime Ferrán, en Collado Villalba, en la Sierra de Madrid, un Instituto en el que aprendí muchísimo porque funcionaba extraordinariamente bien y con una larga tradición, unos profesores verdaderamente con una gran afición al oficio, aprendí muchas cosas que serían muy útiles, y después de tres años de estar allí me dan la plaza definitiva y es en Alhaurín de la Torre, allí me encontré con un Instituto que todavía no estaba construido, estábamos en un colegio de primaria el primer año, el segundo año inauguramos el segundo edificio y, en ese momento, ya me quedo en la provincia de Málaga, aunque paso a otro Instituto, en Benalmádena, Cerro del Viento, y después mi último año y medio como docente en el Rosaleda, en Málaga. Esa es mi trayectoria como profesor.
Los hechos de los que vamos a hablar se remontan ¿a qué año?
Los hechos tienen lugar en el Instituto del Cerro del Viento de Benalmádena en el año 2002, concretamente el 17 de mayo. En la sección de cartas al director del diario El País se publica una carta mía titulada Fracaso escolar en la que mostraba mi indignación por unas declaraciones a ese mismo periódico de la entonces directora de Planificación Educativa de la Junta de Andalucía, Pilar Ballarín, en la que también mencionaba ciertos escritos con faltas de ortografía, de puntuación, de lógica y de vergüenza con que la Delegación de Educación de Málaga acostumbraba a enmendar la plana a los equipos de evaluación ante cualquier reclamación de los padres por la no promoción de un alumno. Entonces, unos días después, el 28 o 30 de mayo, recibí en mi centro de trabajo la visita del inspector de zona que acudió equipado con una fotocopia de la página de El País en que aparecía mi carta para pedirme explicaciones sobre ella. Al interrogatorio asistirían como testigos el director y el jefe de estudios del centro. Yo alegué que la carta estaba firmada con mi nombre, no como profesor del centro ni como funcionario, la había escrito en mi tiempo libre y la había enviado haciendo uso de mi legítimo derecho a la libre expresión de opiniones como ciudadano de un Estado democrático y me negué a responder las preguntas que el inspector me fue haciendo respecto de la carta. Al día siguiente, puse esos hechos en conocimiento de la Junta de Personal de la Delegación de Educación, los sindicatos y los representantes sindicales me aseguraron que la actuación del inspector había sido muy irregular y que iban a preguntar oficialmente al delegado de Educación en Málaga, señor Alcaraz, por la procedencia de la orden para tal actuación.
Porque ¿los inspectores se mueven al dictado del delegado o tienen autonomía propia para dirigirse a un docente por alguna causa?
Hay una serie de causas justificadas para que un inspector se dirija a un docente pero, desde luego, el que este haya publicado una carta a título particular en un periódico de ámbito nacional, no es una de ellas. El inspector podrá dirigirse a un docente si le llegan noticias de que no está cumpliendo con sus obligaciones como tal, pero no tiene el más mínimo derecho a inmiscuirse en lo que la persona haga en su tiempo libre y en su libertad de expresión como ciudadano.
¿Pertenecías a algún sindicato entonces?
No, yo no pertenecía a ningún sindicato, pero ante semejante atropello se me ocurrió que lo primero que había que hacer era ponerlo en conocimiento de los sindicatos para que habilitaran alguna defensa. El caso es que unos días más tarde recibí en mi domicilio una llamada telefónica de un redactor de El País, porque una compañera de otro centro, profesora, se había enterado de la actuación de la inspección y había enviado al periódico una carta haciendo ciertas reflexiones al respecto. El redactor que me llamó me comentó que consideraba la actuación de la inspección como un ataque a la libertad de expresión y me propuso realizar un reportaje sobre el asunto y yo accedí, entonces fijamos una fecha para que me enviara a un redactor y fotógrafo para hacer el reportaje, pero antes de que pudiera llegar el reportero, al día siguiente de esta conversación con El País, recibí la visita de otro inspector, esta vez no era el inspector de centro, era uno ajeno al centro, un tal Antonio Moreno Hurtado, y también con la consabida fotocopia de mi carta pretendió interrogarme de nuevo sobre ella. Por dos veces, me negué a responder las preguntas de la inspección porque no estaban relacionadas con mis funciones como profesor en el centro, el inspector se dio como unos veinte minutos en hacer en tono desenfadado una descripción pormenorizada de las muchas maneras que tenían las autoridades educativas de tomar represalias legales o paralegales, según me dijo, contra un docente que hiciera cosas como las que yo había hecho, después me informó de que se estaban elaborando unas diligencias reservadas, esa fue la expresión que utilizó, que no iban a pasar por la delegación de Málaga, como es prescriptivo por ley, sino que irían directamente a Sevilla, donde se decidiría si se me incoaba o no un expediente por ejercitar mi derecho a defenderme y acabó su discurso el inspector con la previsión, al final, de que si yo intentaba acusarle de acoso o de intimidación, él lo iba a negar todo y sería su palabra contra la mía, y que el director estaba allí presente, pero sus ideas se tomaban por descontado, es decir, el testigo era de piedra.
¿No podías grabarle con el móvil?
No, en primer lugar llegaron por sorpresa, yo no estaba esperando visita de inspector ninguno, y desde luego en aquella época los móviles todavía no contaban con grabadora, estamos hablando del año 2002. Entonces, el inspector para ilustrar la inutilidad de cualquier denuncia por parte de sus víctimas comentó un caso muy jocoso que había pasado. Al parecer, una profesora de más de sesenta años con la que había mantenido en cierta ocasión una entrevista en el mismo estilo que conmigo, por lo visto esta mujer intentó acusarle de acoso sexual, lo dijo como una cosa muy divertida, esos son los feministas de la educación, ¿verdad?, Moreno Hurtado, se llamaba, ha fallecido el interesado. Yo, por supuesto, me seguí negando a contestar cualquier pregunta.
¿Tenías que soportar estar sentado allí, no podías levantarte?
Hombre, teniendo un testigo como era el director del centro, evidentemente eso iba a testificar en mi contra, y había que andarse con pies de plomo. En vista de la situación, una vez que terminó esta entrevista me volví a poner al habla con la Junta de Personal, allí me dijeron que como no había papeles y como era una cosa irregular pues no se podía hacer nada, es decir, que los sindicatos pasaron ampliamente de defenderme de ninguna manera. En vista de eso, y temiendo represalias posteriores, les pedí que pospusieran por el momento la interpelación oficial al delegado y avisé al redactor de El País de que también quería posponer el reportaje porque estaba asustado, me veía muy indefenso ante las arbitrariedades de la Administración. Al día siguiente requerí la ayuda de un abogado, que me insistió que aquello era absolutamente ilegal y estuvo de acuerdo conmigo en la conveniencia de aguardar a que me dieran documentos oficiales, por otra parte, entretanto, el redactor de El País que se ocupaba del asunto había telefoneado al delegado de Educación de Málaga, señor Alcaraz, para preguntarle por la actuación de los inspectores y este, Alcaraz, dijo que no tenía la más mínima noticia al respecto. Dos días más tarde, tras dar yo luz verde a la publicación de la entrevista, la noticia apareció en El País de Andalucía y a las nueve de la mañana del día siguiente de aparecer esta entrevista, que estaba en página impar y ocupaba casi una página entera del periódico, estando yo en clase llega el director para decirme que tengo al delegado esperándome al teléfono. Se queda atendiendo a mis alumnos mientras yo voy a su despacho para atender la llamada y el delegado en persona se disculpa con voz de carnero degollado y me asegura que puedo estar tranquilo que no se van a tomar represalias de ningún tipo contra mí, y su versión de los hechos un tanto contradictoria es que él no sabía nada del asunto y, por otra parte, que los inspectores fueron a recabar datos acerca de los niveles de absentismo escolar que yo mencioné en mi carta, una cosa absolutamente ridícula, esto es completamente falso, yo a los inspectores les dejé que me preguntaran, lo que les dije después es que no les iba a responder, pero dejé que me hicieran todas las preguntas que quisieran, no respondí ninguna, pero yo quería saber qué es lo que me iban a preguntar, y en ninguna de esas preguntas tuvieron algo que ver los supuestos niveles de absentismo escolar que yo mencionaba en mi carta, todo era mera intimidación y ese mismo día se hizo pública la dimisión del delegado señor Alcaraz.
¿Le dijeron desde la Consejería, en Sevilla, que era mejor que dimitiera?
Sin lugar a dudas, tenían que hacer un cortafuegos. No me acuerdo quién era el consejero, la segunda de a bordo en Sevilla era Pilar Ballarín, que había hecho unas declaraciones absolutamente mentirosas y falsas en El País a las que yo me refería en mi carta, es decir, Ballarín ante los comentarios que yo hacía señalando la manifiesta falsedad, el descaro con el que mentía públicamente respecto a ciertos datos educativos se había enfadado muchísimo conmigo y optó por procedimientos como los comentados y, directamente, me echó encima primero al inspector del centro y luego a otro inspector más especializado en acoso, Moreno Hurtado, y el delegado señor Alcaraz estaba al tanto con absoluta seguridad, aunque a mí me dijo que no. Al señor Alcaraz, por otra parte, lo dimitieron al cabo de un mes o dos porque estaba dirigiendo una campaña electoral del PSOE, lo cambiaron de chupadero de dinero público, pero no fue otra cosa.